domingo, 21 de marzo de 2010

¿Para qué quieres un Porche?


Miren la matricula. Posiblemente indica el coeficiente de inteligencia de su propietario. IQ. Al menos así fue votado mayoritariamente por el colectivo médico que se lo encontró aparcado en el patio de una casa de vinos portugueses.
Puta envidia, dirá usted. La tiene pequeña, el propietario, se tercia; es para compensar. ¡Anda ya querías tu que ni eso tienes! Contestan los admirados que ya se imaginan al lado de una rubia, siempre rubias, eyaculando por la calle mayor de la aldea.
Los racionalistas, siempre hay alguno de estos tipos insoportablemente correctos, mencionan que tal como está el trafico seguro que jamás ha pasado de la tercera velocidad, menta los precios espaciales de las gasolinas, el consumo, derroche de neumáticos y demás pequeñeces. Un tostón.
Las hembras del grupo no dicen nada, esto son cosas de machos. Dividiéndose en el silencio entre el rechazo total, menos, y ya quisiera yo un potro con estos caballos, las mas.
El italianófilo, uno, describe en status epileptoide las potencias teóricas de la maquina mientras sube y baja en la oscuridad de la noche las gafas negras. El primo trotskista de Marx, otro, rebuzna contra el capital mientras se mesa las barbas por la estupidez del comprador, su familia, los que se dejaron robar la plusvalía y el resto de perturbados que admira la adquisición.
Fíjense ustedes para lo que da un Porche aparcado debajo de un limonero en la noche de Porto.

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