domingo, 27 de octubre de 2013

El nuevo elixir de los monjes trapensen de Tilburg


Aquí la tienen. La nueva cerveza que el buen hacer de los trapenses o trapistas de Tilburg nos ha regalado. Si puede no la mire, pruébela. Se entusiasmara. Con el sabor delicioso que han conseguido. No se lo voy a contar. Los sabores no se cuentan. Se perciben en la boca. Música  en el paladar.

Ya saben que como ateísta militante defiendo a capa y espada a estos monjes que entienden el cultivo de su delirio a través del trabajo. Más cuando además de cultivar platas en sus invernaderos y darse a los quesos, elaboran unos elixires de gran valor.

Los ácratas  y sus secuaces españolistas se quedaron en la historia de la civilización del vino. Un insulto a la inteligencia para esos pueblos que imposibilitados de la vid para el cultivo de los otros delirios, tuvieron que darse a la imaginación de las maltas y cebadas.


Elaborada para celebrar los 25 años del jubileo del Abad se podrá beber durante poco tiempo. Una provocación. Semejante aciertos deberían mantenerse. Pero ya sabe usted que los monjes, en sumun inteligencia, mantienen con razón que todo vicio debe ser escaso.

La deconstruccion de España


 

Me entro un hambre de terraza y allí, entre los museos modernos barceloneses me aposente. Les recomiendo la terraza que hay en la plaza. Se come y se bebe con gusto catalán y precios moderados. Pero hoy voy a explicarles la plaza. La metáfora.

¿La ven? ¿La nada? Un conjunto de objetos y arquitecturas adosados pero no enlazados. Esa plaza de Barcelona, donde los estudiantes se magrean, las madres sueltan a la raza, los perdidos se rompen piernas entre las tablas, los turistas apresuran el paso, etc, allí le di la razón al catalán que reivindicaba la independencia.

¿Cómo se puede pretender seguir viviendo de la nada. De la de deconstrucción, del individualismo indolente, de la cutrería, del arte de la mangancia?

Barcelona revisada


Bajamos a Barcelona con la disculpa de la reunión anual del loquerio europeo. Seguía en el mismo aeropuerto. Un poco más vieja. Más sucia. Mas llena.

Turistas más que siempre. Cambio un tanto la fisonomía. Hoy los invaden hordas de asiáticos, macarras rusos, los holandeses de siempre, los yanquis del verano ya se habían ido.

Las putas nigerianas que la última vez que estuve te incordiaban por las Ramblas han sido exiliadas por esos energúmenos de mozos escuadrados. Concepto fascista mediterráneo que aupó la tradición de la derechona catalanista. Derechona al fin y al cabo.

Más abajo del Raval, donde se pierden las calles de la modernidad, entras en tierras musulmanas. Donde otros energúmenos reivindican el califato suyo, que nunca fue. El resto, más o menos, es lo de siempre.

Más la crisis. Las tiendas se notan huérfanas de clientes. Si entras te atienden a cuerpo de rey. En las librerías hay menos papel, pero siguen manteniendo el pulso. La Central vende libros y no estantes vacíos. Las terrazas tienen hambre de clientela a algunas horas. Pero en las tardes apacibles de los últimos calores se rellenan a golpe de marea.

Ya no quedan quioscos. Y si quedan venden de todo menos periódicos. Quedan las tradiciones. Allí, como siempre, delante de la catedral, los viejos y asimilados hacen gimnasia a golpe de sardana. Es una forma elegante de conservar la salud. Otros por menos van al gimnasio. No puedo contarles si disfrutan. Sus caras serias denotan más concentración que aburrimiento, pero nada de diversión. La música que soplan emociona nada, que estos fenicios son de ola corta.

El cambio viene dado por el abaneo de la enseña estrellada. La de ellos, la nuestra, la del poder popular.  Cuelgan muchas banderas estos días de los maríneles barceloneses. Y algunos trapos. No sé si de la diarrea futbolística o de la provocación españolista.

Del resto, de eso, de si votan o no votan, hablan los otros. Ellos ya se han ido. Haga la maleta  y vaya, vuelva, a Barna.