Los que tenemos el gatillo fácil adoramos las maquinas digitales. Hace tiempo que hemos dejado de asaltar la bolsa familiar con las miles de diapositivas de antaño con las que adornábamos las paredes del desván particular de nuestros sueños.
Hoy usamos tarjeta tras tarjeta, sin gastar. De regreso, nos atamos al ordenar acompañados de lubricantes sabrosos. Dale que te pego recordamos lo que vivimos. Alarga el gusto del viaje; de paso podemos molestar a vecinos, familia y adheridos enviando nuestras postales por emilio.
Todo un avance.
Pero, señoras y señores ¡no se me confundan! El momento supremo sigue siendo apretar el disparador. Y allí, debajo del puente, retratar otra vez a la parienta que por segundos se ha trasformado en la ninfa de nuestros sueños. ¿Entiende? Solo los que no tienen ojo fotográfico se empeñan en seguir viendo turistas haciendo fotos, miles de fotos.
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