domingo, 25 de enero de 2009

Lisboa



Me subí a un avión de la KLM que en medio del temporal oceánico nos trajo a Lisboa dando botes. Eso no fue lo peor. Descender, entre las casas, con la idea de que el tipo ese que esta a los mandos o esta loco o esta borracho es de miedo. Volar entre los tendales, viendo la comida en la sartén de los vecinos que ni se inmutan, da terror. Le rezara usted súbito, a cualquier santo, ateos incluidos. Esta usted avisado, si viene a Lisboa por el aire, cierre los ojos y relajase hasta que la caja ruede por la pista.
“Benvido ao ruido”, debería ser el eslogan de la ciudad. Los lisboetas comparten con el resto de los ibéricos el arte de hacer decibelios. Es una ciudad ensordecedora, llena de coches que se mueven en la jungla de mal asfalto entre autobuses suicidas, tranvías destartalados a ritmo de chachacha, peatones soñadores, hambre y miseria al lado del lujo consumista, solares vacíos, casas derruidas, cemento armado en diseño postmoderno, dinero, tiendas de moda, el dominante Corte ingles, Zara por doquier.
Repararon la ciudad con la escusa de la expo, pero no supieron recuperar la orilla del río Tajo. Volvieron a perder el mar océano. Los cientos de restaurantes abiertos por los emigrantes retornados de Francia están hoy cerrados. La crisis no perdona. Muchos tenedores para pocas bocas.
Después de patear la ciudad encontramos un buen restaurante para zamparnos una caldeirada de rape de las que no te olvidas. Se lo recomiendo: Restaurante Senhor Peixe. Rua da Pimenta. Parque das Nacoes (Expo) tel. +351 213881971. Por cierto, el vino de a casa, tanto blanco como el tinto son de excelente calidad.
No merece la pena tirarse a lo caro embotellado. De vuelta a la madriguera de su hotel, busque un taxi. Gratis no son, pero casi. ¿De que vivirá esta gente? ¿El sueldo mínimo? ¡400 euros!

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