jueves, 29 de octubre de 2009

Berlín


Volví a Berlín después de muchos años. Parecen siglos.
Antes era un desierto bombardeado donde a duras penas el capitalismo tenía un escaparate en medio de las miseria comunista. Pero nos gustaba. Cruzábamos el muro por Checkpoint Charli, para ir a comprar libros cubanos en la Librería Internacional a precio de ganga. Allí compre mis primeros libros de Alejo Carpentier, aquel cubano barroco y preciosista hoy caído en el olvido. Allí compre la no sé cuanta edición del manifiesto comunista por la portada roja que tenia. Una preciosidad que todavía conservo. Luego íbamos a la opera cerca de la Plaza de Brandemburgo. Dos o tres marcos para deleitarse con Mozart versión realismo socialista. O las obras de teatro de Bertol Brecht en alemán, sin comprender más de dos o tres palabras de toda la sesión. Apasionante
Nada de eso queda en la nueva capital de Europa. Todo, absolutamente todo, permanece, envuelto, eso sí, en el celofán del capitalismo moderno.
Los turistas pasean por las amplias avenidas trazadas por los alemanes del este, a donde se ha desplazado la ciudad. O a donde ha vuelto. Como era en los años treinta. Ya que el Berlín occidental no era más que un decorado detrás del que solo había campos de patatas y escombros por recoger. Una isla de lujo artificial en medio del par de zapatos por año , la nata sin azúcar, el vino búlgaro, las damas del partido que bailaban los sábados en los cafés cantante…
Nada de eso hemos perdido. Ya no hacemos el juego de dejarnos registrar por el aduanero de turno, más interesado en la cartera que en los libros. Ahora los que buscan nuestras carteras son los niños rumanos y albaneses desnutridos, pero eso es otra historia.
Si puede, vaya. Es el retrato de la nueva Europa. Lo de siempre, mas blanco, más limpio, mas ordenado, más caro, mas iluminado. Y tan caótico como siempre. Lo último se lo digo para que no se confunda. La imagen del alemán rígido, aburrido, disciplinado, etc, es eso, imagen. No confunda la mentalidad prusiana con todo el país. Un inmenso territorio donde como en los buenos supermercados hay de todo.