martes, 15 de diciembre de 2009
Comer moléculas
El sábado fuimos a comer con la tropa psiquiátrica y consortes al restaurante “in” de mi barrio. De Molen. Un molino viejo bien decorado. Una comida pagable. Una estrella Michelin. Una cocina a la moda del Bulli…
Ahí comenzó la discusión. ¿Es comida eso que ahora te ponen en algunos restaurantes? Mantengo que si lo mismo que te ponen en el plato te lo dan en otro momento, con otro decorado, no hay cristiano que lo pruebe.
No, si saber, sabia. Nada que objetar a toda la comida, sus cinco entrantes, sus amúsos variados, sus ricos vinos, exceptuando el malo pinot noir compensado con creces por un sublime dao portugués.
Probamos sabores y texturas. Miramos colores y fuegos de artificio. Pero si pido unas fruit du mer y lo único que vislumbro es un, uno, mejillón mal parido, se me va el hambre.
Conclusión, que mi paladar no está educado para tamaña cosa. Uno es de pueblo de marineros, bruto de la costa, y que cuando ahorra para ir a comer, lo que le tira es una enchenta de , un decir, centola da ria, en Centoleira de Beluso, por ejemplo, otro decir.
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