viernes, 18 de junio de 2010

Roma romana


Las piedras se caen. Asesinadas por el humo y los años. Los criticastros claman al cielo por la mala conservación. Difícil conservar lo antiguo cuando a cada paso sale un monumento.
Esa es la cuestión. ¿Qué conservar?
Los utilitaristas, entre los que me encuentro, barbaros culturales militantes y reincidentes, mantienen que todo aquello que pierde su función no necesita ser conservado.
Si la masa quiere y valora, aunque se le enseñe, ya nos encargaremos en convertirlo en lugar de culto, museo, lupanar, casa de curas, cueva de contrabandistas, y demás.
Las piedras que no se miran con devoción de poco sirven.
¿Cuál es el valor cultural de aquel paraje que del esplendor paso a ser refugio de cabras? ¿Eran los antiguos tan barbaros que dejaron de valorar lo hermoso? Todo lo contrario. Lo usaron y sacaron brillo mientras que duro.
Mantenemos un concepto narcisista de la historia pensando que nosotros descubrimos la cultura. Sin entender, por ejemplo, que los museos, cementerios de arte, los inventamos para pulir el ego de sus creadores. Mientras que los objetos que conservan fueron pensados para cumplir una función: adornar aquella pared, colgárselo del cipote, matar el hambre o al enemigo, etc.
Ya ve usted, las zarandajas que se me ocurren esperando bajo un sol atroz a la puerta del Coliseo el regreso de la tropa

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