viernes, 2 de julio de 2010

Las banderas de mis patrias


Esto del futbol a mi no me emociona. Nada. Es más, me aburre como una ostra. Les acepto el insulto: bárbaro cultural; teniendo en cuenta que ahora todo ministro de deportes lo es también de cultura. Si miro el circo en el que navega este espectáculo para ociosos.
Lo de las banderas me tiene impresionado. Como tipos que se les presupone completamente normales; con niveles de inteligencia aceptables; sin más vicios que el vino, las tetas de la vecina – mirar para-, la quiniela, y el reglamentado polvo semanal; son capaces de perder la cabeza detrás de un trapo sin historia. Es más, cuanta menos tienen, mas agitan el trapo.
Yo, para estar a la moda, me he hecho con unas cuantas banderas. Más que nada por no saber escoger. Son también las banderas de mi patria.
Arriba, en lo alto, la de la Europa que no nos dejan ondear las naciones donde corresponde, en la popa. Quizás por aquello que gracias a ella llevamos años sin haber organizado otro guerra. Más abajo la de mi nación sin estado, que no sirve para nada más que para decir que somos, pero distintos, aunque lo nieguen. Debajo, la negra mía, que me invente un día de vino e invierno después de haber leído que de una bandera no comes pero que sin ella te comen. Luego la del muelle donde amarro mi chalana para que no vengan a cobrarme el atraque que ya pague. Debajo de todo, de castigo, la más importante: que he pagado religiosamente la usura, alias impuesto; ya que hacienda somos todos. Eso, el único estado. La única patria. La bandera útil.

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