sábado, 25 de diciembre de 2010

Del sexo de los viajeros a los problemas de Julian Assange


Hoy que es navidad no toca hablar de política. Tampoco de costumbres. Mucho menos de que no soportamos a la familia, aunque atados fielmente al precepto cultural hoy los aguantamos. Tampoco vamos a hablar de mejores deseos ya que se los deseo todos los días. O jamás.
Hoy, que es navidad vamos a hablar de sexo. Esa cosa que hoy, todos bebidos, serán incapaces de hacer aunque el deseo mental se lo pida. Del sexo de los viajeros y si me apaña, los turistas.
Los que han salido de su casa, han aprendido que las costumbres a la vuelta de la esquina no siempre son las mismas. Algunos incluso descubren que lo que les cuentan los periódicos todos los días es mentira. Me explico: mis amigos holandeses alucinaban cuando paseando el lorcho por Estambul descubrían aquellas turcas portentosas de minifalda, zapatos de tacón y cerveza, en las terrazas en las que esperábamos la llegada del fresco de la noche; alternándose con otras señoritas escondidas tras paños negros importados de Irán. ¡Resulta que los musulmanes follan! Por no mentarles los innumerables puestos de lencería modelo puticlub del bazar egipcio, siempre a rebosar. O los lupanares a la orilla del Bósforo, a la entrada del puente Gálata.
Les falto tiempo y ganas para aprender los códigos que se estilan por esos lares. El mismo tiempo les falto cuando paseando por las calles de Barcelona comprobaron que mirar salidos a aquellas morenas no funcionaba, técnica que habían aprendido en Roma, ¡joder si también son del sur!. Fracasaron totalmente en Paris sin entender como comunicar con aquellas señoritas que perdían el culo por enseñarse, pero te destrozaban si las mirabas. ¡En su casa el seguro del éxito era un buen ataque!: Niña me gustas.
Todo viajero ha aprendido que si quiere salir vivo del evento debe comprobar primero las reglas del juego. Los turistas lo intuyen. Los viajantes van a lo barato y pagan. Los autistas no se enteran y llevan palos. Los psicópatas narcisistas levantan admiración por el éxito adquirido. Todos caen tarde o temprano.
Julián Assange, viajante de sus verdades y secretos intento dormir, comer, viajar y follar gratis. Le salió cara la jugada. La justicia dará alguna vez un veredicto absolutamente inútil. Hoy todos sabemos que ese tipo que filtra verdades ya supuestas es un mal follador, un mal viajero, un narcisista insoportable, un macho pendenciero. Lo que no le saca merito a sus secretos.
Lo más mezquino de todo ello es la pasión que todavía despierta en hembras solitarias a la búsqueda del cabron que las engáñe y maltrate para acabar visitando la consulta de algún psiquiatra comprensivo. Si no que se lo pregunten a las hembras que me fulminaron de su Twitter por decirles que yo, como hombre, no comparto las costumbres de ese maleducado y silvestre hijo de desheredados europeos: ¡15!

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