sábado, 17 de septiembre de 2011

Basura de minusvalidos


Los hay a mazo. Por todo el mundo. En los países capitalizados se les ve poco. Los mantienen en casa. Todavía hay quien cree en el castigo de dios más que en los efectos colaterales de la medicina tecnológica. En el hambremundo, forman parte del decorado exótico. Considerados como inútiles debe de buscarse la vida. Que es breve ya que sin moverse poco da la selva.
Los capitalizados presumen de cuidar a sus súbditos. Elaboran leyes con rodillo que exigen la desaparición de barreras, la adaptación del medio público a los que no pueden saltar la cuerda. Francia se lleva la palma entre los europeos. Es posiblemente junto los escandinavos el país ideal para viajar cuando uno depende de la silla de ruedas o muletas.
Hasta que los minusválidos mentales, los otros, la mayoría, la joden. Siempre la joden. La variación es amplia. Va desde el macarra hasta el pudiente en Mercedes que aparca pontificalmente en el espacio reservado para los menos movibles: propongo la colocación inmediata de una consulta psiquiátrica en dichos lugares especializada en el tratamiento del trastorno narcisista de la personalidad. ¡Se forraría! Tengo alternativa para ayuntamientos pobres o desvalijados por sus alcaldes gaviota. La idea no es mía. El cartel figura en todos los aparcamientos reservados para minusválidos de la cadena de bricolaje Horenbach en Holanda: Igual que te llevas mi plaza de aparcamiento llévate mi minusvalía. Demoledor. Siguen aparcando.
Los hay también que aprovechan la obligación para dar soluciones creativas a sus necesidades. Aquí la muestra: el la lancha que te lleva de una ribera a otra en el puerto de La Rochelle, el lugar para los minusválidos es ocupado pontificalmente por la papelera. El bote debe estar siempre limpio. El botarate que lo ha puesto no creas que se apresura a sacarla cuando llega un cliente en su silla de ruedas. Semejantes incordios se resuelven simplemente ignorándote y dejando que la masa, siempre bien apretada, se te tire encima a cualquier movimiento de la ola. Por eso la reivindicación militante de Horenbach: ¡que te cojas mi minusvalía!

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