domingo, 11 de septiembre de 2011

La cama del farero




Allí esta. Después de subir las 257 escaleras, llegas. Eso te lo crees tú. Al descansillo superior no más. Tendrás que hacer el alpinista unos escalones más para llegar al paraíso. En lo más alto de uno de los hermosos faros de Europa: El faro de las ballenas en la Isla de Ré. Guardián de un minúsculo paraíso bien conservaba de la masa turística. Bajo la luz de 1500000 candelas visible a 50 millas marinas, reinaba el farero. En su cama noble hoy deshabitada como metáfora de que el romanticismo ya no se lleva.
Muchas noches acogieron al hombre que cuidaba de la luz de sus ojos. Vaya usted a saber si solo o acompañado. Eso no lo contara ningún libro de nada, que de las intimidades no se habla. La vista es orgásmica. Follar en noche de tormenta no tendría precio. Un agujero en el mercado para espabilados. Les cedo la idea.
Hoy es descanso de turistas cardiópatas, hembras angustiadas antes de la bajada, niños que debieran quedarse en casa, adolescentes hormonados, viejos voluntaristas… Nunca tanto se usó. Madera noble de roble que hicieron llegar a aquellas alturas para descanso del guerrero luminoso.
Fuera del faro, el mar. El faro antiguo, el primerizo, bajo, culón, obeso, bien conservado. En la punta, afrentando las olas, mojándose todo el día, el faro de verdad, el de las ballenitas, está solo y desfotografiado. Poco pintor hay que le dé una de cal y otra de cojones viendo como rompen las olas con mar calma. Allí mismo, delante de todos, una bien conservaba construcción de primitivas esclusas para pescar en el mar que es de todos.
Vaya, esta excelentemente conservado. Aunque hay turistas a mazo, no molestan. Y de bajada, antes de dedicarse a las ostras, visite la librería del faro. Una joya repleta de libros sobre el arte de alumbrar al navegante y dos o tres, no más, suvenires para traficantes de recuerdos

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