martes, 27 de septiembre de 2011

La isla de Oleron






Le pasa como a las casadas. Lo tiene todo. No le falta nada. Es perfecta. Todos miran al otro lado. La fama la lleva la otra. La vecina. Dicen las malas lenguas que se estropeo cuando se abrió de piernas al alcance de todos. Paso de ser la segunda isla más grande de Francia, a convertirse en playa al alcance de la mano a través de un puente que al poco tiempo perdió la novedad de su hermosura: todos nos hacemos viejos. Aquellos burgueses del Charente vinícola salieron en estampida hacia la otra. Siguió, fiel a la caricatura, la burguesía parisina del yo no soy menos. Hoy está llena de campings a cada dos kilómetros. Las playas abiertas al océano son modélicas. Posee el faro de Chassiron, uno de los más hermosos de Francia. Con sus torre postmoderna, su escalera perfecta, su nasa de piedras frente al océano que los pescadores a pie siguen usando para comer. Es el reino de las ostras
Pues nada, siguen mirando a la otra, a la vecina. ¿A dónde vas Vicente? Eso. A la otra, donde está la gente. Vaya. A Oleron

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