miércoles, 7 de marzo de 2012

De las praderas blancas de Männlichen a la estación de Grindelwald Grund







Hay que ir pronto. Con el despertar del sol. No estarás solo. A la entrada del teleférico que te lleva en un santiamén a Männlichen, la cola espera. No desespere. La eficacia calvinista la menea rápido. Mientras puede dedicarse a la observación de campo, que da para mucho. Todas y todos bien puestos. De combinación multicolor. Con casco los más. Que no son solo los pudientes de Europa. También los inteligentes. No hay que joder los buenos salarios por una caída de nada. Hablan todos los dialectos del euro. Incluso el suyo. Que la crisis no es para todos. Tanto a este como al otro lado del charco. Van a esquiar por las praderas nevadas de Männlichen. Mientras comentan el día de ayer. El hotel tal, el vino cual, el niño que no quería dormir, la suegra que sigue llamando, los apagados de teléfono, hoy no me cogen.
Sin que se enteren entran en la cabina. De repente el silencio. Han hecho todos la primera comunión o similar. La cabina disparada se ha puesto a trepar. Se les nota el congojo en las caras. Mas silencio. Roto por la histeria de quien no lo soporta. Lentamente se cambia al tema del paisaje, al sol que arriba siempre alumbra.
Ya llegamos. Ellos siguen en fila para comenzar la procesión del descenso. Yo busco la entrada de la pista que me lleva a Grindelwald. Bajada de km y km sobre las praderas suizas. Me imagino el verdor del verano lleno de vacas. Hoy es un blanco inmaculado. Ha nevado. No hay color. Todo puro. Puto blanco.
Andar por los bordes de la pista significa hundirte hasta los cojones. Expresión literal y sin ánimo de insulto. Una y otra vez las partes en frio no cunden para el trabajo. Andar por el medio de la pista no se aconseja ya que en la teoría es compartida por los amantes del trineo. Les confieso que el día que la patee solo me cruce con un esquiador y su guía que andaban jugándose la vida “off-piste”.
Andar contemplando los picos de Tschuggen y Lauberhorn, las casa hundidas en la nieve de Holenstein, el valle de Grindelwald. La vía del tren que te sirve de punto de referencia. Acortar las revirivoltas del camino es de suicidas. Se enterrara hasta los omoplatos. Sin metáfora. No lo haga si quiere llegar al valle. Tampoco corra cuando lo tenga al alcance de la mano. Las ultimas cuestas son asesinas. Hechas por un adepto del mepartolacrisma las unas, rompetelalma las otras.
Llegue derrotado. Listo para la reanimación. Quedaba todavía dos kilómetros hasta la estación del tren de cremallera de Grindelwald Grund que me devolvía a Kleine Scheidegg, donde llegue a la hora de comer: espagueti a la boloñesa con cerveza de millo. Pero eso no es lo que quería contarles. Lo interesante son los pensamientos profundos, cheos de contido, que se te ocurren en medio de la inmensidad blanca. Cuando la próstata exige ser liberada con tanta caminata. Usted dirá que con paisaje y sin paisanaje, allí mismo, solo hay que desaguar. ¡Falta de pensamiento! ¡Manchar la impoluta nieve blanca de amarillo! ¡Joder la perfección del paisaje! Pues no. Total, que meamos contra las tablas de la cabaña de turno, para no amarillear la blanca pureza.
De repente te deprimes, allí, en medio del prado blanco, ya que solo cabe una conclusión mental: Cultivando la madurez te has hecho más sabio. Tanto, que solo piensas pijadas.

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