martes, 10 de abril de 2012

La peregrinación anual a Maastricht


Bajamos en procesión todos los que nos dedicamos al loquerio en las tierras de la reina naranja. No siempre por gusto. No crea. Que visto ya lo hemos mirado por todas partes. Pero no nos dan otra opción. Es la obligación democrática para seguir manteniendo la licencia de curar.
No me venga usted con impertinencias progresistas de que nada curamos. Tengo lista de agradecidas más larga que las de cualquier ermita del sur europeo.
A lo que íbamos: fuimos. Le cogimos el ritmo al momento. Otra cosa es imposible. Cuando te das el gusto de cenar cordero a la orilla del rio mientras que ves como las gabarras suben y bajan. Ves más. Las estudiantes veloces en sus bicicletas. Las piernas de las estudiantes. Todas de pantalón corto. La moda que viene y se mantiene. Ellos, borrachos desde el amanecer, desgastan oportunidades con el ejercicio del estado orangután. Manías de holandeses.
Nos encontramos con W, que dejo por un momento el sexo y los ingleses para recordar que reír, reímos a muerte en Groningen. Aunque hoy quede lejos. El recuerdo es intenso.
Comimos más que más. Se lo cuento mañana. Apreciamos los blancos italianos, pinot grillo, que hay más vida que el albariño. ¿Ha probado usted ya los nuevos ribeiros? No, si, también nos dedicamos a la ciencia. Que por algo nos pagan. No tenían nada nuevo que contar. Vivimos en crisis. La otra. La de los paradigmas. Se pongan como se pongan necesitamos las crisis venideras para volver a avanzar. No teman, tenemos el conocimiento.
El resto, como siempre. Comercios de lujos, alemanes pudientes, más mujeres de lujo, estudiantes desarmados, algún burgués con el periódico, las hermosas terrazas, la librería que se les cierra, los hoteles de lujo, las hembras de lujo, las barrigas de cerveza. Si le queda a paso vaya. Vale un viaje. Solo un viaje. Aunque uno vuelva a peregrinar. Ya hemos quedado con el restaurante para la cita ya fijada del año que viene. Por los puntos, los putos puntos.

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