No es un truco. Tampoco un juego de luz. Es lo
que ven tus ojos cuando amaneces a las tres de la mañana en un puerto “deportivo”.
Todos duermen. De sueño o de alcohol. Ninguno folla. Todos los mareantes se han
hecho mayor y a sus años, los polvos, si los hay, son a horas santificadas.
El único ruido que hay es el del viento.
Marcando el ritmo con el sonido de las cuerdas múltiples que chocan contra mástiles,
amarres y lo que se ponga por delante. Alguna bandera se agita. El resto son
luces que van y vienen. Como el faro de Ouddorp. Allá a lo lejos. Que se deja
ver en la noche estrellada.
Más no hay. Silencio. Roto por la meada que
cae sobre el agua. A estas horas, además de follar, el único motivo para
despertarse: desaguar la vejiga.
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