sábado, 9 de marzo de 2013

Globetrotter


Sobre perversiones, de lo que quiera. Cada uno con la suya y casi siempre múltiples. No crea usted que solo se trata de los que eyaculan mirando las bragas de la vecina detrás de unos prismáticos. Tampoco de los que se esconden detrás de dunas y matorrales. Ni me refiero a los que lo hacen en público y se pasan horas masturbándose con la contemplación de sellos variados, monedas etruscas, fotos de cachalotes, pájaros a la deriva, mariposas de flor en flor, primeras ediciones de los presocráticos, las mejores fundas de LP’s, muñecas  en traje regional, la pornografía legalizada de Taschen….

Yo también tengo varias. Alguna es pública y conocida. Meterme en las tiendas de material para viajar al fin de la esquina, el primer semáforo, el primer mundo. A ver lo que jamás compro ya que el racionalismo me impide despilfarrar lo poco que tengo. Es más, el único objeto adquirido por vicio inconfesable es un tenedor de titanio que se pliega y se mete en el bolsillo para comer sardinas sin pringarse los dedos cuando hay pan de Neda al alcance. ¿Pero mirar, mirar?, eso.

En Colonia hay una tienda de la cadena alemana Globetrotter de no sé cuántos pisos, la catedral de la aventura y el viaje. Vende todo lo que se le puede ocurrir a usted y más treinta inventores. Para despertar tiene una habitación donde cae agua a chuzos para probar la impermeabilidad de telas y botas. Un muro para entrenarse en la ascensión al Everest, un estanque para navegar entre procelosas aguas…

Estaba a tope. Todo un día de sexo placentero gratis. Pues nada, una bolsa para viajar a Tombuctú sin que llamen la atención a carteristas y jode eventos no te venden estos especialistas de la aventura. Todo diseño, todo light, todo fibra. Hace falta ser anticuado para buscar una bolsa de lona de las que resiste todo. ¡Si eso ya ni en la mili se lleva!  Pero ver, ver… ver e non tocar e como beber sin tragar

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