Llegamos a Hohsaas.
Llegamos a nada. Un nombre en un mapa que marca la ruta. Con una copa dibujada.
Que indica bar, chiringo, tasca, lo que usted quiera. Allí no hay más que
viento. El mismo que se convierte en tu cuerpo en frio atroz.
Un poco más abajo
está el refugio de montaña de Weissmies.
No se ve un alma. La misma alma que te dice que aquellas construcciones de
madera, hundidas en la nieve, no son destino de nada.
Kreuzboden
parece desde lejos más convincente. Allí llegan los esquiadores en la góndola.
La bandera suiza del amplio restaurante –sabríamos luego- ondea al viento. El
mismo que arriba, pero menos asesino para el cuerpo. Hacemos pausa y pagamos un
café. Beberlo no. Es ricino puro. Deberíamos de saber que en esas altitudes
todo se hace de polvos.
La nieve en polvo
te golpea los ojos cuando sales a buscar la pista que dice el mapa que lleva a
Saas-Grund. El pueblo en el fondo del valle. La entrada se encuentra enseguida.
Cerrada a cal y canto. Sin que te expliquen por qué, mantienen la prohibición en
unas cuantas lenguas europeas.
Quedarse en la
nieve de acampada no es opción. Esquís no tenemos. Piernas para que las quiero,
si. Hermoso descenso entre el viento que te acaricia la espalda, la vista
majestuosa de los picos del glaciar de Fee. Un paseo entre la nieve y los hielos
de Trift.
Allí dejamos la
senda que te lleva al Trift
Alphutte, donde te dan manjares de la tierra. Pero la bajada por el camino
helado que te lleva por las viejas capillas del monte es más interesante que un
buen bistec de patatas.
Con los pies
cansados llegamos a Saas-Grud a la hora de comer. No se ve un alma. El viento
lo devora todo. Apareciendo el autobús que te lleva a la dacha de Saas-Fee no
hay más opción que montarse y dejarte llevar otra vez cuesta arriba. Allí, donde
hoy tenemos cama
No hay comentarios:
Publicar un comentario