domingo, 19 de enero de 2014

A veces solo queda emborracharse



La calle nunca fue de ellos. Era nuestra. Aunque fuese corriendo. Jamás nos la sacaron. Todo lo más la ocuparon brevemente. Para marcharse deprisa una vez hechas las fotos.

La derechona y sus perros jamás se sintieron a gusto en los espacios públicos. Donde todo son transparencias por mucho que se disimule. Al final todo se ve. Aunque no se enseñe. Optaban por los pulpitos y ágoras donde por mentir pagan. Por manipular aplauden.

De supeto parece que el mundo de la reaccíon  sale a la calle. La curia se apresta al abordaje. Buscan la confrontación abaneando rosarios. Nos han cogido desprevenidos. Ilusos que pensamos que porque algún día tomamos la Sorbona ya no volverían a cantar las consignas de la opresión.

No es nuevo. Salieron también a las calles en los treinta y pico. Fascistas de herraje que arrastraron a todos aquellos mentecatos faltos de conexiones cerebrales y trabajo. El hambre, ya sabe, lo primero que aplasta es el cerebro. Sin glucosa no se piensa; nada nuevo, vienen en cualquier libro sobre anorexia y/o hambrunas más o menos intencionadas. Ahora vuelven a aparecer.

Mientras los de siempre discuten, tradicionalistas ellos, si debe ser único o unitario. Por eso hoy, entre aquello y lo otro, me voy a olvidar de las enseñanzas  sobre el buen beber del vino del maestro Rabelais y darme al Rectoral de Amandi. Aunque solo sea con la  disculpa de que  Susiño, Suso, volvió a casa. Alguns inda pensan.

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