domingo, 20 de abril de 2014

El nombre de las cosas




 
Dice la Castellana, hembra de rigor, que lo mío es grave. Todo por una llamada al orden: se dice New York, Sanxexo, Ribeira Sacra, Porto, etc, y no nuevayor, sangenjo, ribera sagrada, oporto

Le aseguro que usted puede buscar la estación del ferrocarril de La Haya, pero como no sepa que se dice Den Haag  jamás llega. Por mucho que insista Bélgica no existe. Sus propios se empeñan con Belgie o Belgique. Londres tampoco existe ni existirá. Aunque a usted le repatee ese lugar está ocupado por London desde el siglo II después de cristo.

No sé si se escribe Tombuctú, Tombuktu o algo parecido. Tampoco sé lo que manda y ordena la que fija y da esplendor; que ni lo uno ni lo otro. Tampoco me refiero a la ortografía. Eso que tanto enerva a los obsesivos. Esos tipos y dos tipas que autoritariamente deciden como debe ser perdieron hace siglos el ritmo. Cuando aceptan el cheli, el pueblo ya está cinco paradas más allá y se inclina por el “cul”, que es “cool”. Llegaran a introducirlo.

La cosa no va de ortografía. Va del alma. Lo escribía Francisco Castro uno de estos días: si un tipo le pide un café en ingles la camarera le  contesta en el mismo idioma. Si yo lo pido en gallego me responde en español. Es el imperialismo cultural de los que no respecta al prójimo; ya que la norma es lo suyo. Tanto en versión derecha como izquierda. Nos apropiamos de lo que tenemos dándole el nombre que nos interesa. Nadie lo agradece. En muchos  sitios puede costarle un disgusto. En algunos la vida.

¡No argumente falacias. Ni pseudodemocracia de televisiva! El respecto al prójimo es el eje de la convivencia. Poco saben de eso los pueblos primitivos. La negación del idioma del otro es lo mismo que la negación del derecho al voto. La exigencia del castellano imperial. El aprendizaje de los afluentes secos del Pisuerga por la mano izquierda. Mientras yo sea presidente magante los catalanes no opinan. La negación del rio Miño que lleva más agua que media geografía que tuvimos que aprender a recitar a base de golpes…

Hay quien no lo entiende, pero igual que los escoceses votaran lo que le salga de las partes, los de más abajo ya no aceptamos que nos roben el nombre de nuestras cosas, nuestra alma.

 

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