lunes, 28 de marzo de 2016

Gordes, a donde todos van



En los años 70 iban en peregrinación. Desde todos los lugares de Europa. Era la buena nueva. La burguesía bien pensante había descubierto los montes y los pueblos del Luberon. Alli, bajo el sol provenzal, se disfrutaba de la tranquilidad de no tener que pensar sobre la vida. El rose era barato. Tomates siempre había.

Algunos se lanzaron a la aventura dedicándose  a mantener las necesidades del resto. Les fue bien. Los pueblos comenzaron a diversificar su oferta. Se convirtieron en lugares para artistas, pintores, escultores, sopladores de lo que se les ponga, cultivadores de la nada, algunos se tiraron al vino de los pueblos del ocre… los buen pudientes se quedaron en Gordes que lo tenia todo: Un hermoso pueblo bien conservado. Habitado verano e invierno hasta el día de hoy. Con la hermosa abadía de Senaque a pocos kilómetros, a donde siempre hay que ir. De regalo el Village  des boires que le enseña como alguna vez fue…Y todas las facilidades posibles para bolsillos  sin demasiado aprieto

Alli también es posible andar y recorrer en travesía rutas para sentirse joven. Lo que hace la masa cuarentañera que esta semana santa dominaba el pueblo. La panda allemano hispano francesa que disfrazado de entre Decathlón, los pobres, y Fjallraven los ricos, gastan proteínas durante el día para engordar en los múltiples restaurantes por la noche. Al día siguiente todos relajados repiten la operación.

Hay que llegar alli alguna vez. Aunque solo sea para entender que entre aquel sol crecen unas aceitunas excelentes y la vida discurre como debería ser: si sobresaltos.



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