miércoles, 17 de diciembre de 2008

Camping privado


Llegaban a principios del verano. Cuando las monjas nos daban el verano libre. Venían en sus Volkswagen T3. Algún potentado traía una Mercedes, pero eran los menos. Luego aparecieron las primeras LT. Inmensas.
Nos moríamos de envidian. Aparcaban en los lugares por los que cientos de veces habíamos pasados y nunca visto. Siempre en la primera fila. Disfrutaban de una libertad que nosotros no teníamos. Sacaban sus latas de cerveza, siempre alemana, fría. Maravillas de la técnica que no conocíamos. Dormían allí mientras que nosotros volvíamos a casa. Lo peor era que además se traían unas rubias de campeonato. Insufrible lo de aquellos tipos.
Vamos que me quedo un trauma infantil que solo puede superar cuando junte suficientes monedas para comprarme mi primera furgoneta. Una Fiat de gasolina que había servido de ambulancia. Luego vino mi Volkswagen T3 y detrás otra Fiat y detrás otra Volkswagen T4 y detrás….
De mayor me hice como ellos, incluido la rubia, la mía perfecta. Aprendí a dominar la técnica de buscar los sitios paradisiacos que otros no ven. Sacar pecho adelante y encontrar las entradas de los caminos que nadie encuentra. Imaginar que pista te lleva al sitio perfecto y cuál te marea. Saber donde el gendarme te hecha y donde te pide fuego. Sentir que allí no. Aquí si.
Cuando usted los vea, y sienta lo mismo, piense que solo es tarde cuando ya esté en la caja camino del cementerio

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