domingo, 28 de febrero de 2010

O Casarão do Castelo


Después de estar todo el día hablando de historia clínicas digitales, planificación, desarrollo, implementación, emigraciones, soportes, ¡hable bien y no use palabrotas hermano!, solo quedaba ir a cenar bien. Bien es bien. Xantar algo parecido a las comidas de la tía Engracia, la prima Tonhita, o su abuela si se tercia. Nada de caralladas para engatusar a los ojos. Meter algo en la boca que de repente sabe, pide más, más, sentir la emoción de que sabe divino, regalarlo con elixir de uva virgen de alquimista. Etc.
Puestos a ello nos llevaron los portugueses a Matosinhos. En plata: delante del puerto de contenedores de Leixoes, sitio a donde usted jamás ira si no es que llega a Porto en yate y busca una marina. La vista no ofrecía nada bueno. ¿Si habrían gastado ya todo el dinero que les dimos a ganar antes de despedirnos con unas buenas cenas estos hijos de las “areias de Portugal”?
Casarao do Castelo se llama. Divino. Nos atracamos de percebes, centolla, langostinos, gambones, un jamón ibérico de verdad, arroz de grelos, pan de maíz como en los viejos tiempos, aceitunas no pasadas. Para comer escogimos unas lubinas frescas que nos hicieron al momento en la brasa sin quemarlas. Los bacalaos, de bandeira reial. A escoger, Vinho Verde Quinta da Lixa, Quinta do Outeiro de Baixo.
El local agradable, el servicio bueno, a la portuguesa. Sorpresa:cuesta lo mismo que una mala tasca de pueblo en su tierra. Búsquelo si puede, en Matosinhos, casi Porto

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