jueves, 20 de mayo de 2010

Campo dei Fiori


Es una de las mejores plazas del mundo. Campo de flores en su tiempo. No tiene nada. Una simple plaza adoquinada, rodeada de viejos, desgastados, mal cuidados, edificios mediterráneos. Llena de turistas ilustrados. Italianos en asueto. Ninfas al teléfono. Vendedores de la tierra. La policía municipal durmiente. Terrazas viciosas. Una librería. La mejor jamonería de Roma. Licores y otros delirios etílicos en la esquina. Estudiantes a la caza de. Bruno, estatuado, en el semi centro.
Giordano Bruno era un monje católico pensante, que después de poner a trabajar las neuronas no pudo llegar a otra conclusión que declarar la evidencia: dios no existe. Lo quemaron allí mismo al instante. Por hereje y loco. Hoy, mirando al Vaticano cavernícola y pederasta, esta convertido en monumento de coherencia, pensamiento, lógica, libertad. Sigue presente con su discurso en la plaza.
Conste que yo no soy neutral. Allí bebí hace años el primer vino romano cuando fuimos a estudiar como liberar los locos de nuestro manicomio. Aquellos brunos enjaulados en el terror político sanitario. Allí pase cientos de noches discutiendo a la luz de las velas y el calor del vino rojo toscano. Allí descubrimos que los italianos poca pizza comen. Que hay mas pastas que espaguetis. Que las gafas de sol incluso en la noche son necesarias. Allí aprendimos que la libertad de los enajenados italianos era un mito si no había plata por medio, políticos con cojones, partidos con convicciones. Allí volvimos.
Allí volveremos. Si usted va a Roma, antes de ir a cualquier sitio, ponga la proa al Campo dei Fiori. De mañana, al mercado; de tarde a las hembras; de noche a la vida.

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