viernes, 22 de octubre de 2010

Ir al fin del mundo


A comienzos del invierno las agencias de viaje y revistas de lo mismo se lanzan a vendernos los destinos para el verano siguiente. Crisis o no crisis.
Tiene su coña. Sobre todo por los destinos. Cada vez más exóticos. Cada vez más lejos. Hay muchos que ya han pateado la ribera del Tanganica pero son incapaces de explicar cómo se llega a la cascada del Belelle a cinco metros de su aldea. Siendo más grave que mire como se mire, la cascada del Belelle es grandiosa, húmeda, perfecta para lo que se le antoje, y sobre todo barata. Lo otro es África eterna, hambre, miseria, despilfarro, colonialismo económico y cultural del nuevo -viejísimo- turista tanto en versión Tapioca como yo soy distinto.
Pero no predicaremos que hoy es viernes y toca pescado y pecado.
La solución de los franceses me parece grandiosa: construirse una copia del faro del fin del mundo, por la Patagonia, enfrente de la playa más concurrida del pueblo. Vamos, como si te la ponen en Riazor o la Concha. Así pueden decir todos que ellos son muy viajados ya que han visto la luz del culo del mundo.

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