sábado, 29 de octubre de 2011

Bruselas: del café con leche al café ruso


Tomarse un café con leche en Bruselas puede ser complicado. Si se pone usted en opción europea y pide el consabido capuchino, le pondrán delante de las narices un perfecto vienes con nata montada. Puede ser exquisito pero creo que era otra cosa lo que pedía. Café con leche es leche con café. Es lo que había. Hasta que descubrimos que lo que queríamos, por estos pagos, se lo han adjudicado a los rusos, pueblo de teteros.
No importa. ¡Fíjese que café! Andábamos la ninfa de las piernas de gacela y yo arrastrando suelas por el mercado de los Marollen, cuando derrotados nos apalancamos en la única mesa libre al sol. Allí, entre los modernos, las exhibicionistas de las gafas de sol, y el paso de los barrenderos, pedimos dos “café a la ruse”. Grand? Grandísimos.
Pues aquí los tiene. Una cosa exquisita. De sabor supremo. Servido como dios manda. En una cunca do leite, como las de la infancia. Cuando la leche todavía tenía el manto de nata que la hacía gorda y sabrosa. Aquella leche que traían en las calderetas las campesinas subidas en el techo de los autobuses, billete de tercera. Antes de la campaña antituberculosa, de las cooperativas lecheras. Dicen que ganamos en salud. Perdimos en sabor.
Confieso que es un argumento poco racional. Pero sentimentalmente contundente: para volver a la leche de la infancia viaje a Bruselas. Place du Jeu de Balle. Esquina Chevreuil

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