Sigo sin entender esos relatos de los viajantes que
coleccionan destinos, fotos de monumentos y parajes mas o menos turísticos, exclamaciones
de hermoso, maravilloso, guay, listados de horarios de aeropuertos, etc
Les agradezco algo a los que me cuentan sus exploraciones
vinícolas y gastronómicas, aunque la experiencia demuestra que el cultivo del
paladar es trabajo lento y como la revolución estalinista interrumpido y por etapas.
Aplaudo a los que me dicen a donde no llegar ya que es
decorado de plástico, evítese el viaje ya que la foto la hicieron el único día
del año en que no hay niebla, no venga que el viento lo llevo.
Lo que en realidad me apasiona son los pocos que nos
cuentan a donde van. Que ven. Como lo interpretan. Como se lo cuentan. Vamos, a
los viajeros políticos.
Eso no. Me importa tres puñetas si usted es de derechas o
de enfrente. Al menos es usted algo. Que no hay tipos más peligrosos que los
indefinidos. Esos mentirosos que dicen no saber nada para ocultar siempre que
son unos profundamente reaccionarios mayormente descerebrados.
A mi lo que me va es la gente gris. Como el color de la
vida. Frente a la ilusión policrómica la realidad de la existencia humana es
como la fotografía en blanco/ negro. Una tonalidad de grisees que se
transforman en una imagen multicolor.
Eso, la teorización de la realidad, se manifiesta en este
pasquín encontrado de refilón en la puerta de una tienda parisina. Por si aprendió
idiomas en la escuela del frijolito y le faltan tablas: el gris le va bien a la
gente que tiene la cabeza llena de colores.
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