Hace unos días que
vengo pasándome horas esperando a que llegue/salga el ferry. No crea usted que es un
aburrimiento. Para los ojos observadores resulta un espectáculo divertido. ¿Cómo
llega uno a caer en estas perversiones? Los viajes entre isla e isla y ferry
porque me toca. Escocia, por donde ando, es sobre todo isla.
Si usted cree que
un ferry es un barco de fondo más o menos plano para el transporte de vehículos
y personal está usted en lo políticamente cierto. Mentira piadosa como siempre.
Les confieso: un ferry es un instrumento de los malvados propietarios para a través de su estómago
vaciarle la cartera y llenarlo de glucosa barata. ¿Delirio? De eso nada. Le
cuento:
Los últimos días me
he subido – y bajado- en cruceros, pontones, barcas, barcos de distintos
tonelajes. Me he jugado la vida y el landrover desembarcando entre las olas al
ritmo de ¡gogogo!, ya que atracar era imposible. En cualquiera de estos
hierros flotantes, bajo la disculpa de llevarle a usted y a su coche, lo que
hacen es darle de comer y beber a golpe precio Michelin 5 estrellas.
En el crucero de
la Mancha te engañan con un bufet barato. Todos los calvinistas nórdicos al
grito de ¡es gratis! caen como moscas. Caro no es. La cuenta astronómica llega
y te enteras que por dos coca colas y el
vino californiano de garrafón te atizan lo mismo que por 5 Vegas Sicilia. No
desespere. El barquito que lo lleva de un islote a otro en media hora le pedirá
10 euros por la misma cola. En el pontón, que nada hay, hay espacio para la máquina
expendedora de calorías vacías y bebidas edulcoradas.
En fin, hecho un
experto, tres consejos. Ferry es paciencia. Se sabe que sale y llega. Que
alguna vez le dirán que arranque el motor y marche. Puede creer que a usted
siempre le toca el último. Es verdad, es mentira. La prisa solo le cultivara la
ulcera. Relájese.
Antes de entrar
en cualquier barco, incluyendo pontones, debe usted saber que una vez dentro deberá abandonar
su coche y no podrá acceder a él durante todo el viaje. En los ferris grandes
las puertas se cierran herméticamente y no hay “un momentito” que valga. Mal viaje
tendrá si antes no ha metido en una bolsa, la alimentación, un gorro de lana
para las orejas, una prenda de abrigo para el cuerpo. En el mar siempre hace
viento, siempre ataca el frio. Incluso bajo el sol resplandeciente. Al norte de
Paris, añada guantes a la lista.
He escrito antes.
Una vez en la bodega del barco, no hay tiempo a armar el petate. Ahí cometen
los novatos el tercer gran error. Bajo la presión del personal salen de estampida
escaleras arriba olvidando apuntar donde han dejado el carro. En todo ferry serio
hay en cada puerta cartulinas con el número de piso y puerta cercana a su vehículo.
Si no la encuentra no se fie en su memoria. Hágase un selfi delante del número
de la puerta. No se arrepentirá. En todas las ocasiones que he viajado he visto
almas – familias- angustiadas dando tumbos por las bodegas de los ferris
rosmando que les habían robado el auto. ¡Señor, señora, en los mares no hay
mangantes solo marineros!
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