Algún dios inexistente nos ha premiado la vuelta al
trabajo con uno de los fines de semana más
hermosos de los últimos años. Un viento fresco fuerza 3 a 4. Un sol esplendido.
Sus fondos marinos son visibles a pesar de las arenas en
suspensión que ennegrecen los mares del Norte. De hecho es uno de los pocos sitios
donde se puede bucear por estos pagos. Es el paraíso de las nécoras, que se
cogen a manos llenas. Desde el Oosterschelde llegan las langostas que forman
uno de los platos exquisitos de la zona a pesar de que fueron introducidas el
siglo pasado. Los mejillones se les dan mal. Intentaron copiar a los gallegos
sin éxito. Nadie sabe muy bien por que, pero cada vez les salen más raquíticos. Las medusas, que no pican, son legion y hermosas.
Entre isla e isla, alimentados y bebidos, llegamos a la
ensenada delante del faro de Ouddorp. Que bate la costa con su luz y nos ofrece
un espectáculo de fiesta en una noche que solo servía para leer a los clásicos
con Porto, cantar opera, o hacerle el amor al que le guste.
Mientras el barco se mece en un mar plano y el paraíso
esta en tus manos. Aunque el lunes tengas que volver a trabajar.
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