jueves, 21 de enero de 2016

Las lujosas librerías de viejo ginebrinas



Ginebra es lugar de trabajo para la mayoría de los mortales. Incluso para los esbirros del capital que encorbatados se matan por sobrevivir en el mundo de las finanzas. No piense que porque lleven corbata y cuello de camisa versión aeroplano son todos ricos. La mayoría bajan de los autobuses que los traen de la periferia.

Pasta alli si hay. La suelen tener en abundancia los que vienen de fuera. Esos que se alojan en sus ricos hoteles en la ribera del lago Leman. El pueblo proletario se pasea en el verano entre los lujosos autos que les aparcan hieráticos porteros uniformados de invierno, sin saber que forman parte del espectáculo. Los unos y los otros.

Alli es a donde van la masa de turistas. Esos que no pasan de tomarse una cerveza barata en los cuchitriles del malecón, mientras los parias africanos exhiben sus músculos y las rubias locales los miran con avaricia y sin ganas.



Un error. En Ginebra, viajante, viajero, turista, obrero o negociante, debe patear la zona vieja. Esa que todavía conservan. Emparedada entre el distrito de los banqueros, el Ródano, las calles con  comercios de lujo. Rodeando a la catedral y el viejo ayuntamiento. Con sus galerías, sus casas de subastas, sus anticuarios de rico, sus librerías de viejo.


Las librerías son un caso aparte. Ginebra se hizo rica no por arte de magia ni inspiración divina como suelen creer los educados en la cultura católica. Dios, que no existe, no da ni la hora. El éxito les viene de un cura. El señor Calvino. Un tipo ayatola, reprimido, que vendía una versión pura, ortodoxa, de vivir a base de escornarse y juntar hasta llenar la bolsa vaciando la vida. Tuvo éxito. Llego justo en el momento en que el burgo necesitaba afianzar su hegemonía frente a otros cantones suizos y consiguieron mantener la independencia de la ciudad cantón que Ginebra realmente es. La obligada lectura de la biblia que imprimieron los calvinistas entre seguidores afianzo la lectura entre estos pueblos. Lea acrecentó la cultura. Entreno la capacidad de pensar, Enriqueció las discusiones, el pensamiento.

En Ginebra se sigue leyendo. En Ginebra todavía hay primorosas librerías de viejo que venden joyas de libros a todos aquellos que aman el papel. Ni a usted ni a mi nos llegan los doblones para comprar alli mucho. Pero por mirar no cobran. Por tocar menos. Los libreros suizos son unos tipos educados que atienden a sus clientes. Entra dentro del negocio exhibir lo que venden. Por eso si patea aquellos pagos, deje los relojes de oro y diamantes que nunca va a poder comprar ni tocar, y al menos  contemple los gravados de Le jardín parfume, manuel d’erotologie árabe de Cheikh Nefzaoui en su primera edición de 1886. Prendera muchas cosas sobre sus arrebatos, por ejemplo.




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