viernes, 2 de octubre de 2009

A Santa Compaña


En los tiempos en los que las bombillas no se dejaban ver por los caminos, mantenían la totalidad de los gallegos, los de verdead, los auténticos, los atlánticos panteístas que nacían entre la niebla y la lluvia -jamás confundir con todos aquellos otros re etiquetados por los latinos con el mismo nombre por aquello de la economía del lenguaje y vaya usted a saber si también de las ideas- pues a lo que iba, los gallegos autóctonos, galegos de nazon, mareantes y campesinos, anarquistas proletarios de Ferrol y Vigo, mealipilas señoritos de A Cruña, canónigos de Compostela y Mondoñedo, ilustrados de Betanzos, contrabandistas de Tuy, judíos de Allariz, y mas el resto, todos, pobres de solemnidad, creian militante en la existencia de A Santa Compaña. Que no era otra cosa que las animas en peregrinación detrás del portador de un candil que se arrastraban con dolor y pena por las corredoiras de Galiza; caminos pocos había.
Frente a la visión romántica de la modernidad, A Santa daba terror. Si te dabas de bruces con ellos, en noche de invierno, lo más probable es que te llevaran de convidado a recorrer el país. Turismo poco atractivo en aquella época.
Más de uno sucumbió al infarto tras verlos. Muchos mas no pudieron contarlo, adivinandose el roce con A Santa por los delirios que lucían en el manicomio donde hubo que internarlos. Dos o tres afortunados pasaron a la posteridad por poder haberlo contado. Aunque hoy cualquier psiquiatra imbécil les diagnosticaría cualquier cosa postraumática.
La destrucción de los ríos, a salto que valga, en los tiempos del general, contribuyo a la aparición de las bombillas por las corredoiras. Con veinticinco años de retraso llegaron las autopistas. Ya no hacía falta patear el país. Hoy pocos hablan de la Santa.
Pero habe-la haina. Los que lo niegan se han dejado deslumbrar por la modernidad y no adivinan que A Santa también evoluciona. Cuídate hermano. Que no te cojan los del pelotazo. Los corruptos que siguen robando y destruyendo el país. Los jueces cómplices, los conseguidores de nada… ¿Dónde comenzó si no el caso Gurtel? En Galiza. Hoy la sombra de A Santa se extiende por toda España

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