domingo, 17 de febrero de 2013

Los vehiculos de las ciudades



Leía esta mañana un artículo en la hoja parroquial del liberalismo españolista firmando por el Vicent. El hombre va viejo. No le da la cosa más que para volver a sacar la vieja contradicción entre reformados y católicos. Historia antigua que fue reducida por Agustín Calvo a nórdicos y mediterráneos. Tan bien vendida luego en forma de libro por el Racionero y sus barbaros del sur. Que la barbaría en el norte siempre ha sido romántica.

Ustedes que ahora solo leen twitter de esto saben poco. Es cuento chino. Cuento viejo. Vienen de los tiempos en los que los hispanos, bajo la bota del general ferrolano y sus esbirros españoles no daban más juego que pasar las tardes de sábado y domingo delante de los libros ya que la televisión, de aquella, poco se veía.

¿Qué tiene esto que ver con Ámsterdam y los vehículos? Todo. La hipótesis de los padres de la patria, incluidos la versión liberal mangante, nos declaman la loa de que vivimos como los príncipes. Ellos tienen  los doblones de oro pero nosotros la tortilla de patatas. Ellos son ricos, nosotros bailamos hasta las tantas. Ellos trabajan, nosotros terraceamos hasta la madrugada. Envidia cochina que nos tienen esos, los otros, los que lo tienen todo, a los que no tenemos nada.

Jamás han podido resolver cómo es posible envidiar la nada. Pero ya sabe usted que la intelectualidad liberal no es muy dada a el uso del método científico;  eso es para frustrados nórdicos.


Si viajaran más en vez de alcoholizar las neuronas mientras  intentan sacarle la novia al poeta, se darían de golpes con la realidad: los nórdicos no solo tienen oro; son tan mangantes y soñadores como los del sur. Se lo explico: Mientras que usted pasea por las calles de Ámsterdam se maravillara de los cientos de ciclistas de toda condición y clase. Es lo que no tenemos. Nada explosivo por cierto. Pasa en muchos lugares. Si los quiere ver más finos, más listos, no tiene más que ir a Copenhague.  

Si se sigue fijando se quedara asombrado de la cantidad de Land Rovers que hay aparcados entre los canales de Ámsterdam. Si hombre, el tractor ese que inventaros los ingles después de la guerra mundial. El vehículo ideal para ir a ver los pergaminos de Tombuctú, recorrer las pistas nevadas del Caurel, o meterse por los campos de lava de Islandia.

¿Qué hacen esos vehículos allí en el asfalto del país plano, donde hasta el último centímetro de pista esta asfaltado?  No es secreto de nada. Es que los nórdicos, como todo el mundo, buscar sublimar en lo que no se tiene. Que la vida, hasta con doblones, es amarga.

martes, 12 de febrero de 2013

Los azulejos de la postmodernidad

 
Está en una de las 9 calles del Jordaan. A mano izquierda viniendo del centro. No se ve si va de prisa. Que para los faltos de tiempo no hay ojos que se premien. No se sabe si fue pre o post. Es la entrada de una casa. Es la entrada de un café para modernos, post, turistas, locales, ginebreros, damas de placer. Estaba cuando llegaron. Los azulejos. El café.
Allí están. Azulejos que no vienen del sur. Por mucho que se empeñen los más. Muchos son productos de la tierra. El azul holandés de Delft. Muchos más provienen de Polonia y países de la estepa. De despistado le colgaron alguna geometría portuguesa. Dicen. Lo que discuten a muerte.
Forman un mosaico discontinuo. Allí donde se discute si hay que identificarse para fumar un porro o en democracia fumas y no más. No tercie en la discusión y siga contemplando los azulejos. Si tuene suerte y se atiza de Jenever, tradúzcalo como ginebra pero no lo confunda, acabara haciendo arabesco con las filigranas de cartabón.
Luego dicen que en Ámsterdam no hay que ver. Gratis. Algo único en el norte.

domingo, 10 de febrero de 2013

El carnaval de los nordicos

 
 
 
 
 
Si usted cree en los mitos que le cuentan los esbirros de la patria va jodido. Los nórdicos no son esos tipos aburridos que solo se matan trabajando para irse a pasar una semana de borrachera en la Costa Brava. Donde yo duermo, hace fiesta todo el año. En diferentes versiones y envolturas. Siempre prestos, siempre alegres, siempre a punto.
Eso sí, no van de tapas ya que lo de comer a todas horas no les va. Tortilla de pata no tienen. Jamón sí. Del suyo y de serrano. De Extremadura y de Ourense. Por no hablarle de las mandarinas de Valencia. Vamos, que cambian las formas, pero no el contenido. Que no lo engañen.
Si usted patea estos días los países de Brabante – entre Bélgica y Holanda- o Limburgo, se encontrara fiesta a todas horas. Ha comenzado el carnaval de los nórdicos. Que como vera no se distingue de lo que se estila por las tierras del sur. Las carrozas subvencionadas se alternan con las comparsas del pueblo que atizan con pasión a los políticos de turno o comentan los temas de actualidad.
Por estos pagos, el color gris predomina. La cantidad de referencias a la llamada pornografía para mamas no solo confirma el éxito de ventas. ¿Por qué les priva el juego de sumision a las hembras? Ustedes dirán.
Los disfraces más abundantes de ellos son militaristas, frailes, policías, roqueros. El poder, vamos.  Ellas van de pirata, azafata o puta. La manipulación del poder. La exhibición de las partes como anzuelo. Ellas y ellos, todos, empapados de alcohol en buena armonía.
Los niños y niñas que acompañan a padres y abuelos se inclinan por la modernidad televisiva o tecnológica. Abundantes ipad andantes hemos visto estos días.
¿Cuál es la diferencia norte sur? Los rebosados por el alcohol son recogidos por los puestos de la bien organizada Cruz Roja. Las peleas no existen. El griterío tampoco. Jolgorio sí. Ha reventar. Crítica mordaz, también. Mañana al director que me paga se le encabronara el corazón cuando vea el regalo que le ha dedicado su personal en la cabalgata de hoy. ¡Que se joda! ¡Esta semana “O povo e quem mais ordena”! Estamos de carnaval.

El Jordaan de Amsterdam

 

 

Fue construido para el lumpen. Es de lo que hoy en día viven. Mientras que el resto de los canales del centro de Ámsterdam presumen de su amplitud, el Jordaan fue levantado en el raquitismo. Estrechas calles, más estrechas casa, aguas insalubres cuando no había cañerías. Centro de protesta y contestación. Cuna de enfermedades y mal vivir.

Hoy está poblado por la pequeña burguesía pudiente en intelectual. Con comercios alternativos, caros, algún artista, dos anticuarios, tiendas para el turista ilustrado, mucho bar, unas cuantas galerías, las tiendas de lo vendo todo, el 24horas de siempre, mas bares, mas tugurios. Incluso en los lindes algunas explotadas se anuncian detrás de los escaparates. Esas esclavas que tantas risas y aspavientos originan a las burguesas hispánicas votantes de la consorte. Las unicas que siguen viajando como si nada estos días.

No crea que allí solo hay turistas. El público mayoritario sigue siendo local. A las horas en los que holandeses acuden a los bares. Siempre después de las siete de la tarde. O la hora del bocadillo al mediodía. Las doce en punto y no un minuto más. Que el estómago no perdona.

Si va, cubra la espalda. No me refiero al carterista, que los hay como en todas partes. Me refiero al ciclista de Ámsterdam. Ese tipo/a desquiciado, que pedalea como si le persiguiera la muerte. Que aunque lleve frenos no pierde el tiempo en usarlos, convencido de su razón y su ego. Insultante en sus apreciaciones sobre sus, los suyos, hábitos. Si no se aparta se lo llevan al hospital.

Es el único inconveniente de unas calles que se prestan a ser bien pateadas y miradas. Deberá usted hacerse disciplinado. Vuélvase temporalmente nórdico.

Por cierto, ¿se ha fijado en el cafe? El mejor de la zona. Con café exquisito y mejores bocadillos. Eso sí, no busque amabilidad en sus camareros. Eso en el Jordaan de Ámsterdam, sin paro, nadie sabe lo que es.

 
 

Cuando persiguen a "tu" presidente por las calles de Amsterdam

 

Andábamos, entre la nieve, pateando las calles de Ámsterdam. De celebración oportuna: la ninfa de las piernas de gacela ha llegado a la edad oficial de ser declarada vieja, lo que nada dice de lo inmensamente buena que sigue estando. Pero esto es un blog de viajes, por lo que eso no debe interesarle.

Lo otro si. Te arrastras de canal a canal. Por las 9 calles. En el centro del Jordaan. El viejo barrio obrero de que todo turista de pro debe visitar. Que allí sigue habiendo algo de lo que alguna vez hubo: el pueblo revoltoso. Sorteas desquiciados en bicicleta, turistas perdidos, ninfas distraídas, burgueses de asueto, más turistas mal embebidos y peor fumados, la artista de su coño, la pintora del Herengracht, los obreros polacos haciendo horas extras, las barby rusas que no se sabe si turistean o trabajan, los abogados judíos- trabajando-, los niños del Apple… y ¡coño, esa cara me suena conocida!

Pues allí esta. Las rúas empapeladas. Con el busca del delincuente. Ese tipo ha sido declarado mangante oficial del reino. Del reino tuyo aunque seas republicano. Del país del que dice tu pasaporte que vienes, aunque sea mentira ya que tu patria no tiene estado. Ese, “tu” presidente, aunque jamás lo votataste ni lo votaras, es buscado por Europa adelante por eso que tú sabes: el arte hispano de vivir del prójimo. ¡Disimule oiga! Ponga cara de Irlandés. Que son pequeños y algo rojos como nosotros. No se nota la diferencia. Que uno de vergüenza ya va bien colorado.
 

domingo, 3 de febrero de 2013

Rezar malditos!


Los padres de la patria saben poco de gramática. Si supieran no cometerían el error garrafal de decir creemos EN el señor de los hilillos de plastilina. Creerían A el mentiroso ese. Un delirio como otro cualquiera, pero coherencia al menos.

Creer A es una opción personal. Basada en la confianza que algo a alguien te inspira. Es un proceso intelectual basado en tu inteligencia, tus vivencias, tu personalidad, tu deseo…todo tuyo. Si el Ali de turno, en una calle de Granada, te vende marfil de plástico a precio –rebajado- de marfil de elefante, tu total desconocimiento sobre el ivor hace que la acción de comprárselo o mandarlo a navegar en un barco de papel dependa de tu confianza en ese tipo.

Creer EN es un delirio cultural. Como los que creen en cualquier dios. Una forma cutre de resolver nuestros miedos a lo desconocido; el que vendrá. Nos mantenemos en la creencia mientras que nos sea útil. Seguir cultivándola cuando te maltrata es de energúmenos y/o capitidisminuidos.

¡Pues no piense usted que el frio invernal me ha estropeado el cerebro! Estas cosas se me vienen a la cabeza mientras contemplo a esta panda de frailes franchutes que se pasean a saltitos frente al hermoso pórtico de la catedral de Berna.

Si usted los ve creería que los saltos se deben a la alegría de ver la hermosura del retrato de su religión. De eso nada hermano. Si usted los entiende y se fija, vera que los energúmenos van de sandalia franciscana cuando fuera marca el termómetro menos 5 grados. ¡Hay que calentar los pinreles!

Pues eso, que si usted quiere seguir delirando, haga como los patriotas y crea EN el señor de los hilillos. Récele. Póngale velas. Meta la papeleta en el sobre y vótele.

Si usted intenta creer A, ya sabe que es mentira. Una más, de las muchas, que le ha contado el último año. ¡Amen!

De libros


Permítanme el exabrupto aunque les machaque el ego nacional: los países que dan buenos literatos son los de mal tiempo y corta luz. No es nuevo. Lo mantenía el Picasso cuando explicaba que la abundancia de pintores sureños se debía a que para pintar bien hay que tener mano y brocha. Para escribir hay que haber visitado frecuentemente la escuela. De eso, de escuelas, ya sabe, lo traen sus periódicos, son ustedes la risa europea en fracaso escolar.

No se quejen, ya tienen disculpa: ¡fai un sol de carallo!, cantaba el juglar de Vigo. Ponga gafas e intente enamorar a Toñita con un dibujo, una foliada, un percebe. No se va a pasar usted las mejores horas del día puliendo los ojos delante de una hoja de papel violada.

Pues es lo que hacen los nórdicos. Leerse lo que les caen delante. No solo por militancia, que son rácanos como los del país de la mangancia. Son las tardes y noches de fresco invierno y corto verano. En algo hay que pasarlas.

Hay más, no crea. Lo explico Weber. Al que los sureños ignoran por tener razón. No cambiamos a tiempo de iglesia y nos quedamos con la que mal arde y poco ilumina. Nos contaron que llegábamos al paraíso rezando, lo que nadie sabe muy bien lo que es. Sus conseguidores, los casulla portantes, asentadores de la infamia capital, les contaron que la biblia la leían e interpretaban ellos. Se lo creyeron. Paso el tren de largo.

 Los otros europeos. Los nórdicos de noches cortas y frías, se impusieron leerla de principio a fin. No solo para matar el ojo, el frio, el tedio. Les contaron que para conseguir entrada al cielo deberían escornarse en la tierra ya que el inexistente te premiaba ya por estos lares. A falta de inexistente real no cabe más que poner el codo para hacerse con doblones y euros. Así les va. Así nos va.

Aquí tienen una joya de esas con las que algún agraciado paso largas noches de invierno en los pastos suizos. Hoy se la dejan ver en una librería de viejo frente a la catedral de Berna. Cara no es. Es carísima. Vale su precio en oro. Acumula kilos de historia. Acumula la respuesta a la pregunta que hoy millones se hacen. ¿Por qué unos viven en el reino del progreso y otros en el país de la mangancia?