Los que tenemos la perversión de patear los espacios
abiertos mostramos cierta querencia por las mochilas. Esos artilugios, se
supone que modernos, para transportar equipajes según se preste; manteniendo
las manos y - más importante- la dinámica del cuerpo libre.
Hace algún tiempo les conté en estas páginas cual era la mejor mochila que se podía comprar. Al día de hoy la recomendación no cambia.
La competencia la ha copiado con placer. En todo menos en el precio. Sigue
siendo la de mejor relación precio calidad. La hemos paseado por los cuatro puntos
cardinales. Sigue como el primer día.
Curioso fue ver este diciembre en el museo de Saas- Fee
otras mochilas. De otros tiempos. Lo que combate la creencia de muchos sobre el
invento moderno. La necesidad desarrolla la imaginación. Si hoy pateamos las
corredoiras alpinas con bastones, imagine como fue hace tiempo. Los cantaros de
leche a la espalda. El hatillo de la leña recogido en el monte. No
transportados en la cabeza, que jode el alma y la espalda.
La última foto. Preciosa. La de la mujer que sube al
extremo del glaciar para arrancar un buen pedazo de hielo en que los tiempos “avant
le frigo”. Por qué los wikipedianos se empeñan en no mentar los usos prácticos
de las mochilas es extraño. ¿Es que con la crisis nadie sale ya a ver el mundo?