La calle nunca fue de ellos. Era nuestra. Aunque fuese
corriendo. Jamás nos la sacaron. Todo lo más la ocuparon brevemente. Para
marcharse deprisa una vez hechas las fotos.
La derechona y sus perros jamás se sintieron a gusto en
los espacios públicos. Donde todo son transparencias por mucho que se disimule.
Al final todo se ve. Aunque no se enseñe. Optaban por los pulpitos y ágoras
donde por mentir pagan. Por manipular aplauden.
De supeto parece que el mundo de la reaccíon sale a la calle. La curia
se apresta al abordaje. Buscan la confrontación abaneando rosarios. Nos han
cogido desprevenidos. Ilusos que pensamos que porque algún día tomamos la
Sorbona ya no volverían a cantar las consignas de la opresión.
No es nuevo. Salieron también a las calles en los treinta
y pico. Fascistas de herraje que arrastraron a todos aquellos mentecatos faltos
de conexiones cerebrales y trabajo. El hambre, ya sabe, lo primero que aplasta
es el cerebro. Sin glucosa no se piensa; nada nuevo, vienen en cualquier libro
sobre anorexia y/o hambrunas más o menos intencionadas. Ahora vuelven a
aparecer.
Mientras los de siempre discuten, tradicionalistas ellos,
si debe ser único o unitario. Por eso hoy, entre aquello y lo otro, me voy a
olvidar de las enseñanzas sobre el buen
beber del vino del maestro Rabelais y darme al Rectoral de Amandi. Aunque solo
sea con la disculpa de que Susiño, Suso, volvió a casa. Alguns inda pensan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario