domingo, 25 de diciembre de 2016

Irlanda

  

Acabo de volver de Irlanda. Fui hace unos 30 años por primera vez. Cuando le decíamos que si a la pianista mientras desnuda con su chaqueta azul, su camisa blanca, su pantalón de arlequín amarillo, su collar de perlas de burguesa que lo era, sus irresistibles zapatos azules de tacón, le hacíamos el amor. En la cama de la otra. Siempre hay otra que se queda. Aunque diga que se va. Nos quedamos con la pianista. Otra historia.

Volvimos a ver en lo que ocupa el tiempo la historiadora que alimentamos. Imagine: En Irlanda se aprende en la universidad que sin liberación nacional no hay liberación social. La clase trabajadora de las colonias lo tiene complicado. Golpes a los podemistas hispanos

En fin, el país ha mejorado. Comen. Tienen carreteras. Ya no hay que arriesgar la vida en esos caminos de cabras. Nuevos vehículos de rico. Turistas a cientos. Emigrantes explotados. Pubs para la tradición consumista. Cerveza para lo mismo. Tienen como buen moderno museos nuevos sin colección. Ganan en el número de librerías bien surtidas y bares que despachan mal café. Mantienen un equilibrio entre la  vida relajada y la eficacia. Se quejan de que alli nada funciona. Como en cualquier lugar.

Hace 30 años recorrimos la mitad de la costa occidental irlandesa buscando sus muelles de pescadores. Para descubrir que aquello en una costa salvaje no existía. Había otras muchas cosas interesantes pero aquello no. Descubrimos los tejidos de Donegal, los jerséis de las islas, la cerámica de Kerry, el puerto de Baltimore…  Descubrimos que el tiempo no ha cambiado


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