domingo, 3 de febrero de 2013

De libros


Permítanme el exabrupto aunque les machaque el ego nacional: los países que dan buenos literatos son los de mal tiempo y corta luz. No es nuevo. Lo mantenía el Picasso cuando explicaba que la abundancia de pintores sureños se debía a que para pintar bien hay que tener mano y brocha. Para escribir hay que haber visitado frecuentemente la escuela. De eso, de escuelas, ya sabe, lo traen sus periódicos, son ustedes la risa europea en fracaso escolar.

No se quejen, ya tienen disculpa: ¡fai un sol de carallo!, cantaba el juglar de Vigo. Ponga gafas e intente enamorar a Toñita con un dibujo, una foliada, un percebe. No se va a pasar usted las mejores horas del día puliendo los ojos delante de una hoja de papel violada.

Pues es lo que hacen los nórdicos. Leerse lo que les caen delante. No solo por militancia, que son rácanos como los del país de la mangancia. Son las tardes y noches de fresco invierno y corto verano. En algo hay que pasarlas.

Hay más, no crea. Lo explico Weber. Al que los sureños ignoran por tener razón. No cambiamos a tiempo de iglesia y nos quedamos con la que mal arde y poco ilumina. Nos contaron que llegábamos al paraíso rezando, lo que nadie sabe muy bien lo que es. Sus conseguidores, los casulla portantes, asentadores de la infamia capital, les contaron que la biblia la leían e interpretaban ellos. Se lo creyeron. Paso el tren de largo.

 Los otros europeos. Los nórdicos de noches cortas y frías, se impusieron leerla de principio a fin. No solo para matar el ojo, el frio, el tedio. Les contaron que para conseguir entrada al cielo deberían escornarse en la tierra ya que el inexistente te premiaba ya por estos lares. A falta de inexistente real no cabe más que poner el codo para hacerse con doblones y euros. Así les va. Así nos va.

Aquí tienen una joya de esas con las que algún agraciado paso largas noches de invierno en los pastos suizos. Hoy se la dejan ver en una librería de viejo frente a la catedral de Berna. Cara no es. Es carísima. Vale su precio en oro. Acumula kilos de historia. Acumula la respuesta a la pregunta que hoy millones se hacen. ¿Por qué unos viven en el reino del progreso y otros en el país de la mangancia?

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