Los padres de la patria saben poco de gramática. Si
supieran no cometerían el error garrafal de decir creemos EN el señor de los
hilillos de plastilina. Creerían A el mentiroso ese. Un delirio como otro
cualquiera, pero coherencia al menos.
Creer A es una opción personal. Basada en la confianza
que algo a alguien te inspira. Es un proceso intelectual basado en tu
inteligencia, tus vivencias, tu personalidad, tu deseo…todo tuyo. Si el Ali de
turno, en una calle de Granada, te vende marfil de plástico a precio –rebajado-
de marfil de elefante, tu total desconocimiento sobre el ivor hace que la acción
de comprárselo o mandarlo a navegar en un barco de papel dependa de tu confianza
en ese tipo.
Creer EN es un delirio cultural. Como los que creen en
cualquier dios. Una forma cutre de resolver nuestros miedos a lo desconocido;
el que vendrá. Nos mantenemos en la creencia mientras que nos sea útil. Seguir cultivándola
cuando te maltrata es de energúmenos y/o capitidisminuidos.
¡Pues no piense usted que el frio invernal me ha
estropeado el cerebro! Estas cosas se me vienen a la cabeza mientras contemplo
a esta panda de frailes franchutes que se pasean a saltitos frente al hermoso pórtico
de la catedral de Berna.
Si usted los ve creería que los saltos se deben a la alegría
de ver la hermosura del retrato de su religión. De eso nada hermano. Si usted
los entiende y se fija, vera que los energúmenos van de sandalia franciscana
cuando fuera marca el termómetro menos 5 grados. ¡Hay que calentar los
pinreles!
Pues eso, que si usted quiere seguir delirando, haga como
los patriotas y crea EN el señor de los hilillos. Récele. Póngale velas. Meta
la papeleta en el sobre y vótele.
Si usted intenta creer A, ya sabe que es mentira. Una más,
de las muchas, que le ha contado el último año. ¡Amen!
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