lunes, 28 de diciembre de 2009

Amberes, de vuelta


Volví a Amberes. Hacía dos meses que no iba por allí. Sigue en el mismo sitio. Sigue como siempre. Tarde de sábado llena de ricos holandeses cargados de bolsas, burgueses flamencos asaltando las tiendas de delicatesen y otras delicias. El pueblo salido de los barrios arrastrando el lorcho por el Meir, escaparate de capital hambriento.
Hordas de turistas escolarizados por las calles de la zona vieja en busca de la inexistente alternativa: el sur, zuid, puesto de moda por el ayuntamiento con poster y sin contenido.
Nos tiramos a la literatura francófona y los bares. De lo primero les iré contando estos días. De lo último, les mento a mi abuela: Doña Ernestina decía con su exageración cubana descripta por Carpentier, que el mundo avanza que es una barbaridad. En cuestión de bares es así.
Hace no muchos meses, por ejemplo, les recomendé en estas hojas que estando en Amberes se fuera a dar una vuelta por el Berlín, bar de moda, citado en todas las guías. Allí fui, de peregrinación, a comer al mediodía. No vaya. Hordas de turistas. Gritos. Maleducados camareros marroquís que no saben de la amabilidad belga, mesas asquerosas. Solo la comida es aceptable a precio aceptable.
Mi Ninfa, intelectual conservadora, mantiene que jamás hay que visitar un bar que figure en una guía. Tiene razón. Por eso les recomiendo mi último descubrimiento: A dos pasos de la catedral, en la esquina Papenstraat, Oude Koornmarkt. La mayor colección de jenever, no confundir con ginebra, del país. Los mejores elixires de los monjes. Una simpática camarera. Música clásica para relajar los efluvios. Wifi gratuito. Sin ruidos. Sin imbéciles. Como en su casa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola

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Saludos