domingo, 7 de febrero de 2010

Los cafes de Viena


Fui a Viena. Otra vez mas. De vuelta. Para escapar de la nieve. Acto heroico e inútil. Allí hay nieve hasta en las alcantarillas.
Fui con Anne, mujer de bandera que me divirtió el viaje contando las historias de sus 5 hijos. Todavía hay hembras que no solo trabajan a tiempo complete si no que se dedican a amamantar intelectualmente la descendencia. Son la envidia del resto. Por equivocación. Pocos saben lo que cuesta estas prestaciones. Objeto privado que no les cuento, pero sepan que es mucho. Por menos van otras al terapeuta.
Hacia un frio atroz. Viento asesino que te acuchillaba los cojones. !Y la niña de minifalda! Hubo que llevarla de urgencia al café donde matamos el tiempo mirando y contemplando los espavientos de Heer Claus, camarero de primera.
Ya quedan pocos de estos emperadores del Gran Café que dominan el arte de la bandeja. Psicoterapeutas de primera.
Da gusto mirarlos como diagnostican al personal. Entran las diabéticas arropadas en pieles y les ofrece la mejor mesa al lado del escaparate de pasteles, chocolates y demás calorías vacías. No las apura. No hay mayor hambre que la que ocasiona la vista.. Se tiran todas al chocolate, para combatir la depresión. Dicen.
A los asiduos borrachos los manda con mirada inquisitorial a las mesas del fondo. Excusan pedir otra cosa. El medio litro de cerveza se lo pone en la garganta antes de que hayan abierto la boca.
Las mesas de escaparate, para ver y ser vistas, están reservadas a las ninfas que, en la duda, acaban sucumbiendo al vino que les trae…
Todo un manual el del Heer Claus. En Viena. Austria. Con frio de grajo.
Volvimos al día siguiente después de escuchar a la ciencia corrupta por la industria farmacéutica. Volvimos a casa. Volvimos a la nieve que sigue cayendo.

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