miércoles, 22 de septiembre de 2010
Marinas, la erótica de
Llenaron Europa de ellas. Empezaron los gabachos. Siguió el resto. Los hispanos, ellos siempre tan cursis, lo llaman puerto deportivo. Confieso que nunca he entendido lo del deporte. En estos sitios, cuando voy y miro, veo otras cosas.
Mangantes que se han hecho ricos a costa del proyecto. Mas mangantes que blanquean lo que pueden vía la compra del yate inmenso. Trabajadoras de su coño buscando clientes. Niñas aspirantes a lo mismo en versión consorte. Aventureros de diverso plumaje. Contrabandistas de la coca y lo que manden. Viejos y parados pudriéndose al sol. Deprimidos atados a la caña. Señoritos que presumen de lo que tienen. Señoritos que presumen sin tener. Copiadores de costumbres. Ídem por lo del qué dirán. Prostáticos con ninfa. Etc, Etc.
Visto el número de barcos se podría pensar que es imposible navegar por los mares. No es así. La mayoría de los barcos jamás navegan. Son apartamento de plástico, segunda casa de la clase media alta.
Ahora además, con la crisis, se ponen a la venta. El señorito se ha dado cuenta que la pintura antialgas se vende a precio de caviar iraní. La gasolina de los turbos se ha puesto por las nubes. Esto de la vela, con tanta cuerda, resulta un incordio aprenderlo y ellos, a sus años, no van a ir al colegio.
Pero no hay venta. Ya que no hay compradores. No están los tiempos para derroches
Convertimos la marina, el puerto deportivo, en los nuevos cementerios. Llenos de poliéster, dinero vacio que de poco sirve. Salvo de parque de atracciones. A costa de destrozar eso, la costa
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