sábado, 15 de enero de 2011
Cap Frehel
Es un lugar mítico en mi memoria. Fue un paraíso hasta que la masa hizo que lo convirtieran en un lugar reservado para evitar su destrucción. Hoy es paraíso a tiempo parcial. Solo útil en los meses de frio y temporado invierno.
La primera vez llegue, hace unos veinte años, en la furgoneta VW T3, aquella que no andaba pero te llevaba a todos lados. Era un acto de aventura. Jugarse el tipo por unas pistas sin asfaltar y embarradas, entre vacas sueltas, vientos modelo pampero, tirando siempre hacia donde se suponía que estaba el mar.
Poco importaban las vueltas. Llegabas a aquel faro -¿o eran dos? ¿o tres?- que se levantaba frente al canal, siempre verde. Si el viento lo permitía, se oía el concierto de los cientos de pájaros que viniendo en la primavera eran miles: cormoranes de todo tipo y color, araos, gaviotas nunca vistas, albatros perdidos… Era el paraíso de los “pajareros” esa tribu colgada de sus prismáticos, que se pasan horas en el nirvana esperando a que un ave única cruce por delante de la lente. Yo también practique este arte contemplativa igual o superior al zen o el arte del mantenimiento de una moto: es la mejor forma de llegar a lugares donde solo hay pájaros y nadie. El día se apagaba durmiendo a pie de faro, con aquella luz fantasmal que sobresaltaba el alma en cada ciclo, espectáculo de pasión y terror al mismo tiempo. Mientras tratabas los nervios con una o muchas Pelforth’s negras y frescas. No había nada ni nada en la noche. Solo el concierto de pájaros, olas, y tu propia desazón.
Volví para ver los efectos del progreso.
Dormir ya no te dejan. Barras de madera instaladas para joder a los furgoneteros impiden que te acerques al faro. En verano incluso piden impuesto revolucionario por aparcar.
No importa. Acercarse al faro por la pista que sigue embarrada es darse de golpe con la visión de las tres torres. La primera, a la izquierda, es el viejo faro de aceite de pescado, construido en 1711. Granítico, duro, como la vida, se sigue conservando. En el divisas todavía la torre original y el añadido. El faro nuevo ya no existe. Duró del 1836 al 1944, cuando en el mes de agosto, de fiesta fascista, fue volado por las nazialemanes. Lo que se ve se construyo acabada la guerra y desde entonces alumbra el paso de St-Malo a Erquy.
Los pájaros siguen con su concierto. El mar acompaña el ritmo. El viento te corta las orejas si has perdido el gorro. De invierno estábamos un japonés y mi tribu. Bares no hay. Hoteles a distancia. El circo continúa. De repente te encuentras por la pista que rodea al faro con cientos de montículos de piedras (foto 2). No es fenómeno natural ni devoción de santo. Deberían darle una medalla de héroe de la patria al primero que comenzó. Desde aquella el pueblo copiante repite la hazaña ya que no hay orgasmo mas tibio que a dónde vas Vicente a dónde va la gente.
Se lo recomiendo. Pirámide de coios incluido. Y después, curado por el vientomar, a papar a Erquy. Pronto se lo cuento
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