sábado, 21 de enero de 2012
Ponerle una estatua a Laura Dekker, ¡imbeciles!
O denle mil medallas, dos salarios, todos los premios posibles. Cuídenla, cultívenla. Expliquen a sus hijos quien es Laura. No, no es la niña velera. Ni la autista desgraciada por un padre ídem. Ni la loca puberal. Es, solo, una mujer de hierro, de las que hubo y no hay. Tuvo la mala suerte de recular en el países de los reformados. Esos mea pilas que se dedican solemnemente a cortarle la cabeza a todo aquel que la levanta por encima del maíz reglamentado. Un pais de mediocres. Se lo digo yo, que duermo alli.
No soy neutral. Yo amo el Océano. Con mayúscula. Compartimos el mismo muelle. Ella es joven. Yo viejo. Ya me queda poco para aprender. Ella toda una vida. En el año escaso en que estuvo navegando aprendió más que en 50 cursos lectivos que podría darle la escuela reformada. No la dejan, quieren destrozarla. No vaya a ser que prenda el ejemplo y algunos se enteren que no hay educación si no es en libertad.
Navega Laurinha, vaite para casa, onde naciches, en Nova Zelandia, en libertade!
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1 comentario:
Pareces amante de Galiza, supongo que es inevitable, a mí también me pasa....
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