martes, 28 de febrero de 2012

Los trenes suizos





Funcionan a la perfección. Dicen. Es la eficacia total. Subimos al tren en Lauterbrunnen, después de pagar el impuesto revolucionario del aparcamiento. Hay que cuidar los caballos del coche expuesto durante una semana a la inmovilidad y la nieve. No se preocupe. La máquina queda bien cuidada. Con la misma eficacia suiza que el tren sube renqueante entre los bosques cubiertos ahogados por la nieve. El paisaje es mermeladesco. Allí en una curva un ciervo joven mira el discurrir del tren. Más arriba tres cabras montesas de perfectos cuernos busca la hierba que no se ve. El tren, a tope, rebosa de holandeses desquiciados, luxemburgueses maleducados, belgas callados. Todos han salido esta mañana de su casa aprovechando las vacaciones escolares. Soportaron las filas de la frontera. Las filas de Basilea. El atasco desesperante de Berna. Encabronados corren para llegar a Wengen. Que no se mueve ni se escapa. Se empujan, dan codazos. Gritan madres a hijos. Padres a consortes. Todos quieren un sitio. Un asiento. Un lugar donde dejar la maleta. No se enteraron de la eficacia suiza. Detrás de dos vagones salen otros dos. Y otros dos. Y los que hagan falta. En procesión, monte arriba. Hasta llegar a Wengen. Paraíso de esquiadores en invierno, montañeros en verano.

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