jueves, 8 de marzo de 2012

Kleine Scheidegg





Es el sitio a donde ir. Van todos. No lo busque demasiado en los folletos para turistas. Tampoco en internet. Lo mencionan siempre pero nadie lo cuenta. La lógica se sigue: allí no hay nada. Nada más que una estación de tren, destino final de las tres líneas que surcan la región de Jungfrau. Un par de hoteles. Varios restaurantes. Más chiringuitos. Un mundo por el que esquiar. Un puerto de montaña en el camino entre Grindelwald y Lauterbrunnen
Si llega a esos pagos, no lo dude. Siéntese en el restaurante de la estación del ferrocarril. Si puede, fuera. Es el bueno. El barato. El rápido. No le voy a hacer propaganda de sus espaguetis. Cómalos. Al día siguiente, siempre hay que volver, zampe un bistec de ternera. Podría ser pura gallega pero es pura suiza. El sabor, lo mismo. Con patas fritidas y no fritas, como debe de ser. El vino bueno, la cerveza también. Los camareros atentos.
Sentado. Con el café, mire. Allí están los tres picos épicos de Suiza. Eiger, Mönch, Jungfrau y Jungfraujoch. Y digo tres y cito cuatro, ya que la señorita tiene apéndice.
Sus ojos se irán al Eiger. No es el pico más alto. Si el más hermoso. El apuesto macho. Que en los días de niebla deja ver su carácter psicopático. Su instinto asesino. Léalo aquí. Como ha matado a tantos desesperados en intentos fracasados en quererlo dominar. Para eso esta ahí. Soberbio.
Claro que a la juventud divino tesoro esto le da por el culo. Ellos a lo que van es a los indios. La tienda despacha alcoholes caros, la tribuna te sirve el espectáculo. El resto desfila por delante como en las fiestas patrias. Ya ve, hasta en el medio de la naturaleza perfecta hay circo para todos.

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