miércoles, 11 de abril de 2012

Las señoras de bandera


Iba con la tropa, cabreado. Intentando explicarles que al día de hoy hay que vivir rápido. Mañana en un descuido te entierran y dejas en herencia planes por cumplir. Un incordio.
Nada, no les entra en la cabeza que el tiempo existe y no tiene nada que ver con las agujas que arrastras en tu muñeca. Lo cotidiano prima en los cerebros que tenemos. Sera la vena autista de los machos y la angustia por la angustia de las hembras. Combinación asesina.
Seguía despotricando con la tropa, contra la tropa. Inútiles que quieren irse a casa en vez de visitar la caja de ahorros. Nada de banco; el bar que frecuentamos. Ni eso. En tarde aguada de domingo corriendo para casa a chupar televisión.
De repente me di de bruces con ellas. Allí estaban exhibiéndose en un escaparate de una tienda de productos del “tercer mundo”. Concepto reaccionario que ofrece a precio de langosta manufacturas de algún subdesarrollado para hembras melancólicas y machos preclaros. Las hembras de Tilburg. Mujeres de altura. De miradas soberbia. Orgullosas. Aquí estoy yo y usted apártese. La descripción perfecta de las hembras de bandera. Imágenes que describen un concepto. Minimalista. Sin exceso en el lenguaje.
La tienda estaba cerrada. Los reformados de domingo descansan. Desconozco de donde vienen ¿Quién las habrá hecho? ¿Un amante de ninfas? Una hembra observadora? En cualquier caso, eso, no busque más, las hembras de altura, en las calles de Tilburg, ciudad proletaria y salvaje del ducado de Brabante

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