domingo, 9 de diciembre de 2012

El aleman de Mondoñedo

 
 
Todo pueblo que se precie tiene un alemán. No crea usted que es cosa de la plata. Hay alemanes que no tienen donde caerse muertos. Que se lo pregunten a los vecinos de Camelle que durante años mantuvieron al Man, aquel hombre que se empeñaba a no apartarse demasiado de la naturaleza.

 Es una cuestión de números, si. De los otros: la mayoría de los pobladores de Europa son germánicos. No solo cuente los que viven en la Republica Federal. Cuente los austriacos, germanos católicos y sentimentales. Un mogollón de suizos, los industriales. Lo mas eficiente de Polonia, aunque me insulten. Toda Holanda, 17 millones de almas reformadas… Usted no se entera si piensa que todos ellos son prusianos. Es mas, la mayoría de ellos no lo son. El toque prusiano se lo puso la bota militar y agresiva de unos cuantos que se hicieron en otro tiempo con el alma del país. Alma que si usted lee, esta en Holderlin, Rilke, Goethe…poco tenían ellos de orden.

En Mondoñedo, allí, como en cualquiera villa de Galiza, también había un alemán. Este pudiente. Con la maquina perfecta para llegar a los limites de la tierra civilizada. Es más, no solo presumía si no que ya pateo Laponia, el Cabo Norte, los geiseres de Islandia, la soledad del hielo en el Macizo Central gabacho, los bosques de la Polonia del bisonte, las arenas tunecinas…

Allí llego también, a tomarse una Estrella en las terrazas de Mondoñedo. Contemplando el desfilar de rubias y morenas, tarta en mano o nabizas da terra, mientras el sol se negaba a salir. El hombre no salía de su asombro. ¿Cómo era posible que el, viajero enterado, no hubiera leído en ninguna guía de viaje que aquello era lo mas cercano al paraíso?

Le contamos como llegar a las cuevas del Cintolo, A Fervenza, el salto do Coro; casi le dio un pasmo del susto. Desde aquella viaja entre Mondoñedo y Ribadeo, entre el mar y el valle, y suplica que no se lo cuente a nadie. Eso, lo que hay allí. En la frontera del paraíso. Su paraíso.


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