El pueblo
viajante se empeña en patear la dysneilandia de Brujas, los museos de Gante, el
Bruselas decadente al que todos llegan,
Malinas de la nada para los intrépidos. Los locos se acercaron a Ostende y
huyeron despavoridos ante el hormigón y la arena. Pero hay mas.
Bélgica es tan pequeña
como inmensa en variedad. Las Ardenas lo demuestran. Con sus bosques y valles siempre
poblados. De vida. La naturaleza salvaje, los árboles de hoja caduca, nogales
para mantener a la fauna, incluidos los holandeses maleducados de dinero. Sus
cerveceros elaboran los mejores elixires. La política de guerra a muerte entre
los tres idiomas imperiales. Sus pueblos unidos y con los otros cabreados. El
agua es francesa, lo más salvaje y puro se vive en alemán, el holandés es la
masa turística de las canoas y las btt.
Con calma le iré
contando la última excursión. De momento mírela.
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