domingo, 7 de junio de 2015

La carretera a Elgol, Skye Island


  

Elgol no es nada. Un par de casas frente al mar. Una escuela infantil como edificio poderoso en un pueblo donde no se ve a nadie. Cuatro recolectores de langosta. Algunos mas que llevan a los turistas en sus botes  a extasiarse delante  de los picos de los Cuillin’s. Un café, un supermercado. Ovejas varias.

Una carretera llena de curvas y estrecheces, con el precipicio en cada vuelta y un dramatismo de dioses. Hay que recorrerla si el tiempo no se lo impide, que es a menudo. La mayor parte del año la nieve, en las alturas, acecha.

Este mes de mayo, lluvias mil, era la niebla la que imponía los pasos. Con el acompañamiento celestial de una borrasca tras otra. Los lugareños ya no protestan. Mantienen haber soportado el invierno mas frio de su existencia. Con lluvia e inmensas nevadas que filtraban la humedad por cualquier rendija de las casas. Todavía no estan recuperados. Es la maldición de habitar los últimos lugares salvajes de la periferia de Europa. Allí donde las horas son marcadas mas por la naturaleza que por el capital mangante.

Entre cafés y tartas de zanahoria, no me pregunte por que pero se atizan  tartas de zanahoria, fuimos recolectando historias sobre los temporales de invierno en medio de temporales de primavera.

Al final sale la pregunta del millón. ¿Por qué se pasan horas contando dramas de tempestades con la que esta cayendo? Solo hay una explicación posible: es la estrategia perfecta para soportar la tempestad ya que esta siempre es menor que la de ayer, que es y será siempre imposible. Inteligencia de simios, pues.




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