Elgol no es nada. Un par de casas frente
al mar. Una escuela infantil como edificio poderoso en un pueblo donde no se ve
a nadie. Cuatro recolectores de langosta. Algunos mas que llevan a los turistas
en sus botes a extasiarse delante de los picos de los Cuillin’s. Un café, un
supermercado. Ovejas varias.
Una carretera llena de curvas y
estrecheces, con el precipicio en cada vuelta y un dramatismo de dioses. Hay
que recorrerla si el tiempo no se lo impide, que es a menudo. La mayor parte
del año la nieve, en las alturas, acecha.
Este mes de mayo, lluvias mil, era la
niebla la que imponía los pasos. Con el acompañamiento celestial de una
borrasca tras otra. Los lugareños ya no protestan. Mantienen haber soportado el
invierno mas frio de su existencia. Con lluvia e inmensas nevadas que filtraban
la humedad por cualquier rendija de las casas. Todavía no estan recuperados. Es
la maldición de habitar los últimos lugares salvajes de la periferia de Europa.
Allí donde las horas son marcadas mas por la naturaleza que por el capital
mangante.
Entre cafés y tartas de zanahoria, no me
pregunte por que pero se atizan tartas
de zanahoria, fuimos recolectando historias sobre los temporales de invierno en
medio de temporales de primavera.
Al final sale la pregunta del millón. ¿Por
qué se pasan horas contando dramas de tempestades con la que esta cayendo? Solo
hay una explicación posible: es la estrategia perfecta para soportar la
tempestad ya que esta siempre es menor que la de ayer, que es y será siempre
imposible. Inteligencia de simios, pues.
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