lunes, 9 de noviembre de 2009

Loa impertinente a los soldados rusos que nos salvaron del nazismo, seguida de panfleto de escarnio y maldecir contra la barbarie de las tribus


Hoy que la canallesca multimedia y sus políticos celebran que se cayó el muro, hay que ir de visita al monumento en memoria de los miles de jóvenes y no tan jóvenes soldados rusos que derrotaron al nazismo y liberaron Berlín. Allí hay cientos de ellos enterrados.
El monumento está muy cerca de la Puerta de Brandemburgo. A dos minutos. No figura en las guías modernas, o lo citan de refilón. Debería verlo para no engañar a la historia y engañarse.
Es un monumento ruso. Pobre pero contundente. Con dos viejos tanques, dos cañones, muchas fotos y una imagen del héroe proletario que nos mira severamente desde las alturas.
El nazismo fue derrotado en Estalingrado por el pueblo ruso después de que los masacraran. Se levantaron de las cenizas y arrollaron con sus tanques y el frio a los alemanes. Aunque en el cine le cuenten otra cosa el desembarco de Normandía no fue más que un paseo frente a la destrucción del frente del este. La ganaron los soviéticos. La guerra y la paz.
Se perdieron cuando llegaron a Berlín y, de revancha, comportándose como una horda de salvajes hunos, violaron toda cuanta cona, vagina, encontraron a su paso. No hubo mujer que se salvara.
Tanto unos como otros miraron hacia el otro lado. Era la penitencia del pueblo que había votado al nazismo en idiocia colectiva. ¿Por qué siempre pagan las mujeres la incompetencia de los empalmados?
Desde allí se deslegitimaron para cualquier cosa constructiva. Eran unos barbaros y su victoria les regalo el adjetivo.
Que la Santa Compaña los lleve en peregrinación eterna por haber vencido como héroes y mal follado como psicópatas

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