viernes, 12 de marzo de 2010
La jodida lluvia atlántica
Chove. Llueve, dirá usted. A mares. Oceánicos. Sin parar. Alterna el calabobos que dicen los galaicos, de mojarte hasta el tuétano a ritmo de gota lenta, con el diluvio universal bíblico de los adictos a la teoría de las catástrofes.
Pateamos Porto en la noche y no se ve ni un gato, que ya es decir. Las almas se han retirado en sus casas, tiradas en el banco de Ikea, detrás de la televisión.
Lo de detrás no es falta gramatical. Es como es. Como en los curas. Donde el altar esta central, y los fieles se sitúan siempre, por definición infalible so pena de excomunión, detrás, de.
Retomando el discurso: Las almas están agochadas. No por la lluvia. Eso fue antes. Hace tiempo que las almas atlánticas dejaron de arrastrar el lorcho debajo de los paraguas , de bar en bar; de tasca en tasca, antes de dormir. Hace tiempo, con el progreso, que llego la electricidad y lo demás. Dejamos de ver el mundo de la esquina para contemplar en directo las guerras del mas allá, el terremoto de más lejos, el derroche de The President, el genuino, el único. Creemos entender todo pero no comprendemos nada. Abandonamos lo que era nuestro, la calle, a rúa, y se la dimos a la lluvia, los gatos si no cae agua, las ratas, los cabrones, las putas de la miseria.
Hoje o portugués non sae, dice mi anfitrión. Mojados, buscamos el restaurante que debía de estar en esta rúa donde no hay ni un alma, bajo el diluvio de la jodida lluvia atlántica productora de deprimidos, for export, de Portugal
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