domingo, 25 de abril de 2010

Comer en Maastricht


Arrastrar el lorcho. Hacer millas por las calles adoquinadas del centro histórico, después de tener la cabeza llena de discursos vacios, levanta el hambre.
Buscamos Giallo e Rosso. Un italiano. ¡Ojo!, nada de pizzería. Amarillo y rojo es su nombre. Su decoración. Podría ser español patriótico pero aquí vende más lo italiano. Da de comer esa cosa imprecisa que se llama cocina mediterránea. Aquello que comes desde Turquía hasta Cádiz. Sin saber muy bien de donde salió. Aceitunas negras de hambre y coraje. Tomates comunistas. Pimientos de la tierra corrompida con agua robada. Pescados de granja griega. Aceite, excelente, a esgallo. Un dueño holandés con alma de toscano. Un ritmo del sur con precisión milanesa. No tiene carta. Comes lo que te dan. Y si no te gusta búscate un mar tenebroso y piérdete entre medusas famélicas. El vino, lo mismo. ¿Rico rico? Nos mando para casa harto de darnos de papar. Nos cobro 100 euros por persona. Pagamos por gusto. Todavía hay tipos que saben de restauración.
Para seguir el ritmo volvimos a patear Maastricht acompañándonos de nuestra amiga la loquera del cabrio; la rubia con las tetas de plástico y el alma de Barbi. Íbamos de invitados. No exijas tanto proletario. Encontramos en una calle, perdido, Mesamis. Mes amis. Mis amigos. Un sitio decente con toque afrancesado donde se puede comer normal por un precio inflado. Tiene una bodega excelente y sabe hacer los pescados en su punto. Pero puestos a elegir, volveremos al mediterráneo.

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